((**Es3.32**)
Su alimento se parecía a su vestimenta y a su
habitación. Nunca se pudo saber cuáles eran las
comidas de su gusto; y comía muy poco, no por
falta de apetito, sino porque se había impuesto la
obligación de no darle gusto.
Era su mesa tan frugal, que alguno de sus
colegas probó convivir con él durante algunos días
y no pudo resistir ni acostumbrarse a ella. Su
sopa no estaba mejor condimentada que la de un
campesino pobre. Comía además otro plato, que la
madre, según sus órdenes, le preparaba los
domingos y se lo servía para comer y cenar hasta
el jueves por la noche. El viernes le preparaba
otro de vigilia, y con él terminaba la semana. El
famoso plato consistía generalmente en una torta,
que bastaba calentarla para tenerla a punto. En
verano, a veces, se ponía rancia; pero don Bosco
no hacía caso a ello, imaginándose que su madre la
hubiese aliñado con un poco de vinagre, se la
comía como si fuese un plato exquisito. Este fue
el alimento cotidiano de don Bosco hasta que
empezó a tener consigo clérigos y sacerdotes, los
cuales, en razón de los estudios y de sus
ocupaciones, tuvieron necesidad de una
alimentación más sustanciosa y nutritiva.
((**It3.26**)) Parece
que por este su afecto a la santa pobreza y en
recuerdo de su juventud se inscribió por aquel
tiempo en la Tercera Orden de San Francisco de
Asís. En efecto, aunque no aparece su nombre en
los registros de esta Congregación, sin embargo,
está anotado en su lista desde aquellos años. Por
eso, el director de la Tercera Orden en Turín, P.
Cándido Mondo M.O., con diploma fechado el 1§ de
julio de 1886, en el convento de Santo Tomás,
declaraba que don Juan Bosco, Patriarca de los
Salesianos, vestía el hábito de los Terciarios
hacia 1848, y que, después del noviciado,
profesaba en tiempo hábil la Santa Regla a tenor
de las Constituciones Pontificias, y que, por
tanto, lo declaraba verdadero hermano de todos los
religiosos de las Tres Ordenes instituídas por el
Seráfico Padre.
Mientras tanto, seguían prosperando las
escuelas del Oratorio. Figuraban en su programa la
declamación, el canto y la música, porque don
Bosco entendía que contribuían a la educación
religiosa y moral de los muchachos. Por eso,
siempre que se presentaba la ocasión de recitar,
ya por recreo, ya por la llegada de insignes
personajes a visitar el Oratorio, ya por veladas
escolares para dar prueba de su instrucción,
quería que se expusieran los principios y las
máximas de nuestra Santa Fe, o que las poesías se
refirieran a algún misterio de la religión o a los
privilegios y las glorias de la Santísima(**Es3.32**))
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