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observar que en aquel momento tenían fe y se
mostraban altamente católicos, pues habían sido
educados por padres cristianos. Sobre todo a
Gustavo se le veía frecuentemente en las iglesias
de Turín acercarse a comulgar, con una compostura
edificante. El mismo Camilo, menos conocido en el
Piamonte por haber vivido varios años en
Inglaterra, fue visto todavía en 1850 en la
iglesia de la Anunciación recibiendo la comunión
de manos del teólogo Fantini, posteriormente
preconizado Obispo de Fossano.
Al principio del Risorgimento italiano, parecía
conservador, y, aunque embebido en los errores
regalistas, nadie hubiera visto en él a un enemigo
del Papa y de la Iglesia.
Mientras tanto, en 1848, Turín se preparó para
publicar la prensa católica. La imprevista
aparición y rápida propaganda del periodismo
sectario y liberal hizo sentir muy pronto a los
católicos la necesidad de publicar un periódico
que asumiese la defensa de la religión y de sus
derechos. Por eso, a la par que monseñor Luis
Moreno, obispo de Ivrea, estudiaba el modo y la
manera, y consultaba a don Bosco, algunos
eclesiásticos y seglares genoveses lanzaban un
proyecto de periódico que se titularía Armonía.
Pero graves dificultades iban prorrogando su
publicación. Al conocer los proyectos de monseñor
Moreno, propusiéronle el periódico con el título
ideado y le ofrecieron los fondos recolectados.
Accedió Monseñor y, obtenida la bendición ((**It3.409**))
pontificia, apareció en Turín el 4 de julio de
1848 el primer número de Armonía, bajo la
dirección del teólogo Guillermo Audisio,
presidente de la Academia de Superga, y de los
marqueses Birago di Vische y Gustavo de Cavour,
quien fue por varios años uno de los más cotizados
escritores. Este periódico tuvo el orgullo de ser
en el Piamonte el primero, el más valiente y
documentado defensor de la Iglesia, del Papa y del
Clero católico, del poder temporal, del matrimonio
cristiano, y el adversario más constante de los
sectarios y de los liberales.
Don Bosco, que tan partidario se había mostrado
de aquella publicación, al extremo de ganarse la
confianza y los reproches de algún destacado
liberal, como nos consta a ciencia cierta, se
retiraba por aquellos días con don Cafasso a los
Ejercicios de San Ignacio, y se preparaba en aquel
lugar tranquilo para nuevas luchas.
Mientras estuvo en el monte, ocurrió un hecho,
repetido después varias veces más y que nos lo
contó el teólogo Borel. Don Bosco había escrito al
querido Teólogo que el domingo anterior los
muchachos Costa y Baretta habían entrado en la
capilla por la puerta principal y habían salido
después por la de la sacristía; que, en vez
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