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Una vez, estaban en la sacristía, revistiéndose
para dar la bendición, el teólogo Borel y el
teólogo Carpano. Un sicario subido a la ventana
que daba a la calle les disparó dos tiros de
pistola. Dios, que protegía a sus servidores, no
permitió se efectuara el asesinato y las dos
balas, rozando la cara de los sacerdotes, fueron a
dar en la pared opuesta. Son de imaginar el pánico
que cundió por toda la iglesia y la alegría que
siguió al ver fallido el golpe.
Fueron testigos presenciales de todos estos
hechos, entre otros, nuestros antiguos compañeros
Cigliuti, Gravano y Buzzetti.
Claramente se ve que los enemigos no actuaban
en broma: querían a toda costa cerrar el Oratorio.
Pero íviva el Señor!. y íviva María! Don Bosco y
sus ayudantes tuvieron tanta constancia y
fortaleza que resistieron las inicuas batallas y
acabaron haciéndose dueños de la situación.
Los muchachos del Oratorio de San Luis
continuaron y continúan todavía asistiendo los
domingos a la santa misa y dando testimonio de su
fe, con la oración de El Joven Cristiano, que
repiten: <((**It3.406**))
Concededme la gracia de vivir y de morir como buen
cristiano, en el seno de la Santa Madre Iglesia>>.
Mientras el Oratorio de Puerta Nueva vivía
sometido de este modo a la prueba, el de San
Francisco de Sales, tras haber celebrado
tranquilamente la fiesta de San Juan Bautista,
festejaba la de San Luis con pompa singular.
Parecía que así lo reclamaban los tiempos.
Los jóvenes se veían frecuentemente atraídos a
participar en fiestas o, mejor dicho, en
manifestaciones civiles. Así que mientras el mundo
alardeaba en magnificencias, parecía muy útil,
cuando no necesario, contraponer la solemnidad de
las fiestas religiosas, para atraer más a la
Iglesia las mentes y los corazones de los fieles,
sobre todo los de la inexperta juventud.
Se anunció la fiesta mucho tiempo antes. Estuvo
precedida de adecuadas prácticas de piedad;
durante los seis domingos anteriores, se
prepararon músicas tan estupendas como se pudo, se
mandaron invitaciones a los bienhechores del
Oratorio y a sus conocidos y amigos. La víspera
por la tarde y el día de la fiesta por la mañana,
se dispararon morteretes para recordarla a los del
vecindario y a los de lejos. Don Bosco, el teólogo
Borel y varios sacerdotes ayudantes, tuvieron
mucho trabajo y
experimentaron una gran satisfacción al ver el
gran número de muchachos que se acercó a comulgar.
Por la tarde, acudió al Oratorio tal cantidad de
jóvenes, que no cupo en la capilla más que una
parte.
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