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de lo que don Bosco podía esperar de ellos. Varios
siguieron asistiendo al Oratorio y ocho fueron
internados en casa. Claro que no pudieron resistir
mucho tiempo, porque el reglamento coartaba su
libertad; alguno, aguantó casi un año; pero todos
dieron buen resultado, y se colocaron en el mundo,
son ahora acomodados comerciantes y lo que más
vale: siguieron siendo buenos cristianos y
honrados padres de familia.
Un sábado, por la tarde, entraba don Bosco en
el Oratorio con un grupo de muchachos de la misma
calaña para confesarlos. Estaban ya todos de
rodillas en la sacristía, cuando uno empezó a reír
a carcajadas y a bostezar. Siguieron los otros y
después escaparon todos, dejándole solo con el que
había empezado a confesarse. Don Bosco creía que
no volverían más: había sido un intento frustado;
cuando he aquí que, al otro domingo, los volvió a
ver ante sí, dispuestos a confesarse. Hubo que
instruirlos,
ayudarles a hacer el examen de conciencia,
excitarlos al dolor, ayudarles a cumplir la
penitencia... Pero el trabajo quedaba bien pagado
con el fruto.
En algunos de estos casos don Bosco produjo un
gran bien a la sociedad civil, pues deshizo
diversas pandillas, que hubieran terminado por
convertirse en bandas de malhechores.
Pero no siempre hubiera tenido éxito don Bosco
en aquellos encuentros, de no haber recibido el
inesperado socorro.
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Encontróse un día rodeado de una pandilla de
calaveras con los que nada le valieron las
palabras amables y ocurrentes. Sus insultos,
gritos e intentos de quitarle el sombrero, hacían
temer algo malo. Don Bosco, sin perder la calma,
intentaba en vano salir de aquellos aprietos. En
esto, apareció un joven del barrio de aquellos
fanfarrones y amigo de don Bosco desde hacía poco
tiempo. Echó éste mano al bolsillo como quien va a
sacar la navaja y les gritó:
-íScialop del Boia!1 >>No sabéis que este cura
es don Bosco? íComo digáis una palabra más contra
él, os degüello!
Y la amenaza proferida tan resueltamente, abajó
los humos de aquellos maleducados, sorprendidos al
ver que don Bosco estaba protegido por uno de su
pandilla. Don Bosco agradeció a su defensor, y
dirigió una palabra graciosa a los otros.
Estas y otras peores eran las molestias
ocasionadas a los sacerdotes con los artículos de
los malvados periódicos, que ni siquiera pensaban
prohibirlos, quienes hubieran debido hacerlo.
1 Scialop del Boia: interjección de gran
insulto y desprecio, sin traducción. Algo así,
como si se dijera: íAsqueroso asesino! (N. del T.)
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