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((**Es3.306**) Don Bosco no oyó más, porque con este refrán no pudo reprimir la risa y salió del establecimiento, seguido de su nuevo alumno, dejando que aquel buen hombre sin instrucción diera buenas lecciones a aquellos haraganes de la escuela. Pero la obra terriblemente demoledora de la Gaceta del Pueblo y de otro diario impío, Opinión, unida a las blasfemias y mentiras de cierto apóstata y embustero que se hacía llamar Bianchi-Giovini y cien más, empezaron a producir los más funestos efectos. Insinuábase entre las gentes el error de que no había distinción entre católicos y herejes, que todas las religiones eran igualmente buenas y agradables ante Dios, como si fueran una misma cosa lo blanco y lo negro, lo dulce y lo amargo, la verdad y el error, la alabanza y el vituperio. Confundían libertad con libertinaje, fomentaban las más abyectas pasiones y decían ser lícito lo que no era. Habían empezado a propalar fábulas contra la Iglesia Católica, a inventar y publicar historietas infamantes contra obispos, sacerdotes y religiosos, sin respetar nada para ponerlos en descrédito y animadversión ante el pueblo. Por éstas y otras causas, que sería largo enumerar, sucedió que, al poco tiempo, una buena parte de la plebe quedó tan pervertida en sus ideas y tan mal impresionada, que los sacerdotes no podían andar tranquilos por las calles de la misma señorial ciudad de Turín. En aquellos tiempos don Bosco corrió también varios peligros; pero con el auxilio de la Virgen salió ileso y hasta con provecho para los que le habían insultado. Durante varios años se repitieron hechos semejantes a los que vamos a narrar. Pasaba un día muy cerca de Puerta Nueva, cuando vio al extremo de la calle que salía al campo, una pandilla de unos veinte ((**It3.393**)) muchachotes con cara de pocos amigos. Al ver éstos al sacerdote, que avanzaba, comenzaron a soltar por lo bajo palabras insultantes y algunos a gritar: -íAgárrale, agárrale, que es un cura! Don Bosco hubiera querido volverse atrás, pero ya no era posible. Como, por otra parte, no creyó conveniente mostrarse medroso, siguió hacia adelante a paso lento. Cuando llegó cerca de ellos, se abrió el grupo; tuvo que pasar por el medio, mientras los ojos de todos aquellos truhanes se clavaban en él con expresión burlona. Aún no había dado dos pasos más allá, cuando uno de ellos gritó: ->>Por qué dejar pasar a este cura? ->>Y no es dueño de seguir su camino?-, replicó uno irónicamente. >>Sabéis acaso quién puede ser? íNos podría encerrar a todos en la cárcel! (**Es3.306**))
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