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Don Bosco no oyó más, porque con este refrán no
pudo reprimir la risa y salió del establecimiento,
seguido de su nuevo alumno, dejando que aquel buen
hombre sin instrucción diera buenas lecciones a
aquellos haraganes de la escuela.
Pero la obra terriblemente demoledora de la
Gaceta del Pueblo y de otro diario impío, Opinión,
unida a las blasfemias y mentiras de cierto
apóstata y embustero que se hacía llamar
Bianchi-Giovini y cien más, empezaron a producir
los más funestos efectos. Insinuábase entre las
gentes el error de que no había distinción entre
católicos y herejes, que todas las religiones eran
igualmente buenas y agradables ante Dios, como si
fueran una misma cosa lo blanco y lo negro, lo
dulce y lo amargo, la
verdad y el error, la alabanza y el vituperio.
Confundían libertad con libertinaje, fomentaban
las más abyectas pasiones y decían ser lícito lo
que no era. Habían empezado a propalar fábulas
contra la Iglesia Católica, a inventar y publicar
historietas infamantes contra obispos, sacerdotes
y religiosos, sin respetar nada para ponerlos en
descrédito y animadversión ante el pueblo. Por
éstas y otras causas, que sería largo enumerar,
sucedió que, al poco tiempo, una buena parte de la
plebe quedó tan pervertida en sus ideas y tan mal
impresionada, que los sacerdotes no podían andar
tranquilos por las calles de la misma señorial
ciudad de Turín.
En aquellos tiempos don Bosco corrió también
varios peligros; pero con el auxilio de la Virgen
salió ileso y hasta con provecho para los que le
habían insultado. Durante varios años se
repitieron hechos semejantes a los que vamos a
narrar.
Pasaba un día muy cerca de Puerta Nueva, cuando
vio al extremo de la calle que salía al campo, una
pandilla de unos veinte ((**It3.393**))
muchachotes con cara de pocos amigos. Al ver éstos
al sacerdote, que avanzaba, comenzaron a soltar
por lo bajo palabras insultantes y algunos a
gritar:
-íAgárrale, agárrale, que es un cura!
Don Bosco hubiera querido volverse atrás, pero
ya no era posible. Como, por otra parte, no creyó
conveniente mostrarse medroso, siguió hacia
adelante a paso lento. Cuando llegó cerca de
ellos, se abrió el grupo; tuvo que pasar por el
medio, mientras los ojos de todos aquellos
truhanes se clavaban en él con expresión burlona.
Aún no había dado dos pasos más allá, cuando uno
de ellos gritó:
->>Por qué dejar pasar a este cura?
->>Y no es dueño de seguir su camino?-, replicó
uno irónicamente. >>Sabéis acaso quién puede ser?
íNos podría encerrar a todos en la cárcel!
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