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Francisco de Sales y el Instituto de las Hijas de
María Auxiliadora. Si Vicente derrochó enormes
tesoros para socorrer a los pobrecitos y aliviar
la extrema miseria de provincias enteras, el pobre
don Bosco encontró millones para muchísimos
huérfanos recogidos en sus asilos y oratorios.
Vicente organizó cofradías y asambleas de señoras
nobles para que le ayudasen en sus obras de
caridad, y don Bosco organizó con el mismo fin los
Cooperadores y Cooperadoras salesianas. Vicente
influyó con sabios
consejos en el nombramiento de obispos santos para
ponerlos al frente de las iglesias de Francia; y
fueron más de cincuenta las diócesis de Italia que
por medio de don Bosco tuvieron su Pastor, del que
se habían visto privadas por largo tiempo. Y si
Luis XIII quiso ser asistido en punto de muerte,
por San Vicente, el Gran Duque de Toscana,
Leopoldo II, fue atendido por don Bosco en su
última agonía. Si fue Vicente el apóstol de la
infabilidad pontificia en Francia, don Bosco se
trasladó expresamente a Roma para vencer los
prejuicios de ciertos prelados que defendían la
inoportunidad de la definición dogmática. Si
Vicente, en sus ansias de propagar el Evangelio,
envía sus hijos a Berbería, Escocia, Irlanda,
Inglaterra, Madagascar y las Indias, don Bosco
hace que vayan sus salesianos a Inglaterra, a los
salvajes de Patagonia y a otras regiones de
América. Los dos tuvieron que soportar durante
cuarenta años las mismas dolorosas enfermedades, a
saber, las fiebres e hinchazón de las piernas.
Coincidencias tan notorias hicieron que Francia
reconociera y proclamara a don Bosco, en los
congresos católicos, como al nuevo Vicente de Paúl
del siglo XIX y que las conferencias, bajo el
patrocinio de este Santo, le llamaran y ayudaran a
abrir los hospicios de Sampierdarena, Niza, Buenos
Aires, Montevideo y otras ciudades.
((**It3.386**)) Don
Bosco concluía su volumen con un cuadro conciso
pero fiel de las estupendas e innumerables obras
de santidad llevadas a cabo por San Vicente y con
tales expresiones que manifiestan la gran devoción
que le tenía. Al pie del opúsculo escribía:
EL AUTOR, EN NOMBRE DE SUS DEVOTOS,
DEDICA Y CONSAGRA ESTE LIBRO
AL GLORIOSO SAN VICENTE DE PAUL.
Al escribir las páginas de este libro tuvo don
Bosco una segunda y cariñosa intención. Fue la de
rendir homenaje y ayudar a la Pequeña Casa de la
Divina Providencia. Lo mismo que había hecho con
su obra Devoción a la Misericordia de Dios para
favorecer al piadoso Instituto del Refugio. En
efecto, al hablar de la caridad de
(**Es3.301**))
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