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((**Es3.300**) ahuyentar del propio espíritu las reflexiones que inevitablemente suscitan las penas que nos han sido ocasionadas o las faltas de atención que se nos han tenido. En tales ocasiones hay que saber apartar el pensamiento de la ofensa recibida, disculpar al que nos la ha inferido, y decirnos a nosotros mismos que ha obrado con precipitación y se ha dejado arrastrar por un primer movimiento: hay que saber, sobre todo, cerrar los labios para no responder a quien trata de irritarnos. Hay que hablar con dulzura con quienes menos miramientos guardan con nosotros y, si llegasen a ultrajarnos al extremo de abofetearnos, hay que ofrecer a Dios tan injurioso trato y aguantarlo por su amor; aún entonces hay que saber sujetar los ímpetus de la cólera y preferir ((**It3.384**)) a cualquier otro lenguaje el de la dulzura; porque una palabra suave puede convertir a un obstinado, mientras, por el contrario, una palabra áspera es capaz de llevar la desolación a una alma. >>La dulzura siempre es atrayente. Había en aquel santo varón un no sé qué de espontaneidad, de alegría y de discreción, que era difícil oponerse a su demanda>>. Hasta aquí don Bosco. Y decimos nosotros: después de leer estas reglas y examinar la vida entera de nuestro buen padre, >>no resulta un retrato vivo y que está hablando de San Vicente de Paúl? Pero es que hay más todavía. Si se trata un índice de lo que vamos a narrar se verá que el parangón entre estos dos hombres del Señor resulta sorprendente cuanto más se examinan sus gestas. Al igual de San Vicente de Paúl, se dirige don Bosco a Roma para obsequiar al Santo Padre, para venerar la tumba del Príncipe de los Apóstoles, para visitar los célebres santuarios de la capital del orbe católico. Predica como San Vicente en la ciudad y en infinidad de pueblos. Se preocupa, como él, de la formación de un clero apostólico, suple la falta de seminarios y desarrolla maravillosamente las vocaciones al estado eclesiástico y religioso; recibe en audencia, como San Vicente, a un sin fin de personas, de toda especie y condición, que recurren a él para pedir consejo; y escribe tantas cartas que ellas solas agotarían la vida entera de un hombre. Trata, como él, con diversos soberanos y con los grandes del mundo, y llama la atención su compostura y su franqueza que nunca calla la verdad. Si San Vicente de Paúl hace renacer en muchos monasterios la primitiva observancia, don Bosco trata, con intrepidez llena de fe, de salvar a centenares de la ley de supresión y llegar a preservar a algunos. Si Vicente instituyó la Congregación de los ((**It3.385**)) Lazaristas y la de las Hijas de la Caridad, don Bosco fundó la Pía Sociedad de San (**Es3.300**))
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