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Y así podría ser en otras personas, pero no en
Margarita. Veíase en ella tal naturalidad,
brillaban sus ojos con tal candor y era tal la
compostura y expresión de su rostro, que se veía
cómo su pensamiento estaba fijo en la presencia de
Dios.
-Su confianza en la oración no tenía límites,
nos afirmaba el mismo don Bosco.
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