((**Es3.293**)
gente. Si un chico entraba en una habitación y
dejaba abierta la puerta decía: Pst, pst, tus,
tus, como llamando a un perrillo. ((**It3.375**)) Así le
indicaba que los perritos pasan por las puertas
sin cerrarlas. El distraído entendía muy bien
aquella jerga, volvía atrás sonrojado y cerraba
despacito la puerta, mientras Margarita le miraba
sonriendo.
Con las diversas circunstancias de estas
escenas de familia se podría componer una pequeña
galería de cuadros, llenos de ingenuidad y
tranquilidad, que satisfarían los antojos del
pintor más fantástico y embelesarían los
corazones.
Y si ponía Margarita tanto empeño para cuidar a
sus asilados, no era menor el que tenía por que
queridísimo don Juan, especialmente para guardar
su salud. Mas no buscaba nada costoso ni
superfluo. Sus cuidados estaban impregnados de
profunda sabiduría: cuidaba la salud corporal para
que pudiera atender al bien espiritual del
prójimo. En los días de fiesta solemne llevaba
todo el peso de aprestos y prevenciones para que
la comida fuera digna de las personas invitadas;
pero en los días ordinarios sabía ajustarse para
presentar una comida frugalísima, y nada alteraba
su costumbre. Conocía la importancia de la
mortificación cristiana, y no olvidaba la
prudencia que debe acompañar su aplicación. Por
esto, si en un día de ayuno llegaba su hijo a casa
cansado y agotado, por la predicación o por los
viajes, y quería sujetarse a las prescripciones de
la ley eclesiástica, ella se lo impedía diciendo:
->>No eres tú quien predica que el ayuno no
obliga, cuando perjudica a la salud?
Y era necesario que don Bosco se doblegase a su
querer.
De todo lo dicho puede deducirse la grandeza y
sensibilidad del corazón de Margarita. Mas no
prevalecía en ella el corazón, sino la mente, que
regulaba sus más pequeños movimientos. En su
derredor reinaba el orden ((**It3.376**)) y podía
decirse que ella personificaba el Oratorio. En
efecto, en aquellos primeros años don Bosco se
encontraba con frecuencia fuera de casa, visitando
cárceles, hospitales, asilos, predicando misiones,
triduos y novenas en muchos lugares y yendo a
confesar, varias veces por semana, a diversos
institutos de Turín. Algunos no podían comprender
cómo aquellas ausencias tan continuas y
prolongadas no causaban ningún daño a la buena
marcha del Oratorio y se maravillaban al ver que
todo procedía con perfecta tranquilidad. La causa
de todo ello era el fino y buen sentido de
Margarita, que valía un tesoro. Ella resolvía
dificultades, prevenía inconvenientes, evitaba
cualquier daño. No se la veía preocupada
(**Es3.293**))
<Anterior: 3. 292><Siguiente: 3. 294>