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((**Es3.291**) de aquella buena mujer y su repertorio de refranes para adornar la conversación y esculpir en la mente máximas de moral y de prudencia. 1 Y para dar satisfacción a varios antiguos alumnos, que insisten en que deje constancia en estas memorias de ciertos episodios graciosos en los que, de algún modo, fueron parte o testigos, vamos a narrar alguno. Está un día Margarita sentada en su habitación. A su diestra y a su siniestra mano tiene una silla donde se amontona la ropa a reparar. Cose incansablemente sin alzar los ojos. Un muchacho está delante con la cabeza baja. Era antes un chico dócil y devoto, pero empieza a ser caprichoso y distraído. Margarita le está diciendo: ->>Y por qué has cambiado tanto de como eras antes? >>Por qué te has hecho malo? >>Por qué no rezas? Si Dios no te ayuda >>qué bien podrás ((**It3.373**)) hacer? Si no te enmiendas, >>adónde irás a parar? Procura que el Señor no te abandone. Y concluía: Para las cuestas arriba, quiero mi burro, que las cuestas abajo yo me las subo. Y cuando se las tenía que haber con imprudente, le decía: El mundo es un mar redondo y el que no sabe navegar se va al fondo. Otro ha cometido una falta notable y acude a ella a pedirle un favor. Tiende la mano derecha como quien espera algo, mientras se cubre la cara con la izquierda un poco avergonzado. Margarita le dice: -Bueno, haré lo que me pides; pero dime, >>has ido a confesarte? -Ayer por la mañana no tuve tiempo. ->>Y el sábado? -Había muchos esperando ante el confesonario. ->>Y el domingo? -No estaba preparado. -Ya, ya... La mala lavandera no encuentra piedra buena. Le presenta uno la chaqueta haciéndole ver que le falta un botón y rogándole que se lo pegue. Ella le da un botón, aguja e hilo y le dice: ->>No puedes cosértelo tú? Toma hilo y aguja. Hay que acostumbrarse 1 Es pura casualidad que un refrán o proverbio de una lengua admita traducción directa a otra. Así sucede con los que, a continuación, se va a encontrar el lector. Solamente hemos intentado, al traducirlos, adaptar el sentido del refrán o frase italiana, que mamá Margarita manejaba tan maravillosamente en su día, al de alguno parecido en castellano. (N. del T.) (**Es3.291**))
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