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siguientes, iremos contando las que fue haciendo,
de acuerdo con las necesidades o conveniencias.
Resulta algo maravilloso que los hijos del pueblo
tuvieran este libro como el código de su conducta
y cómo, aunque no acostumbrados antes a frecuentar
la iglesia, ahora asistían tranquila y alegremente
a los actos religiosos y al rezo de las oraciones,
a veces, un tanto largas. El amor hacía este
milagro.
Se servía también don Bosco de El Joven
Cristiano para señalar, con una o con parte de sus
diversas prácticas de piedad, la penitencia
sacramental. Con este método, oportunamente
empleado a lo largo de su vida, hacía beneficiosas
las satisfacciones debidas a la divina Justicia.
El Joven Cristiano fue siempre el vademécum de los
mejores muchachos en todas las circunstancias de
su vida. Lo llevaban durante el día en el
bolsillo y de noche lo colocaban bajo la almohada
y reclinaban sobre él su cabeza. Alguno de ellos,
al no tener el sacerdote a su lado en punto de
muerte, se lo hizo leer por alguno de los
circunstantes ((**It3.22**)) y otros
pidieron se lo pusieran sobre el pecho cuando
fuera colocado su cadáver en el ataúd. Los
muchachos apreciaban este librito porque sabían
que don Bosco lo había escrito precisamente para
ellos y cada una de sus máximas hallaba eco en su
corazón. Cada frase, más aún, diríase que cada
palabra había sido calculada por él para que
correspondiese a sus santos
propósitos. Sobre todo, quería huir de toda
expresión que no fuese rigurosamente delicada.
Como no se fiaba de su propio juicio en la
versión italiana de algunas oraciones en las que
había juzgado se debía modificar alguna palabra y
queriendo prevenir las observaciones que la
revisión eclesiástica le pudiera hacer sobre
cualquier otro punto, una vez compilado su libro,
presentó las pruebas de imprenta al canónigo
Zappata, pidiéndole su parecer.
Acogió cortésmente las observaciones del buen
canónigo, el cual, bromeando sobre algunas
minuciosas observaciones y correcciones, le dijo:
->>Ha terminado ya el estudio anatómico de su
libro?
Y don Bosco, en tono festivo, replicó:
-Todavía no; quiero pedirle permiso para poner
con O mayúscula la palabra Oriens del cántico de
Zacarías, allí donde se lee: Visitavit nos oriens
ex alto. Porque el término oriens en este lugar
no es participio, sino el nombre propio del
Salvador. Así lo demuestra el sentido del texto
griego y la antífona de la novena de Navidad, con
la cual invoca la Iglesia al Mesías: O
Oriens.(**Es3.29**))
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