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Sabía encontrar para cada ocasión las palabras
propias, lo mismo en público que en privado, de
acuerdo con los caracteres. Había que haberla
visto, haberla oído para hacerse una idea de la
eficacia de sus sentencias. Después de sus
afectuosos reproches se vieron las lágrimas en los
ojos de chiquillos, muchachos, jóvenes y mayores,
y hasta de los mismos clérigos. Lo más
sorprendente en ella era que su natural, siempre
en calma, pasaba repentinamente del reproche a la
alabanza. Acababa de avisar a uno, aparecía otro
de buena conducta y le decía:
-íHola, ven aquí! Sigue siempre así. íDon Bosco
está contento de ti y también el Señor! No te
olvides del premio reservado en el paraíso para
los buenos, procura merecerlo.
Con todo esto no queremos decir que la
elocuencia de Margarita produjera siempre efectos
infalibles. Había algunos pícaros que, mientras la
Mamá reprendía, escuchaban con los ojos bajos y,
cuando se alejaba, se permitían cualquier mueca.
Y, a lo mejor, acaecía una escena graciosa: se
abrían los postigos de una ventana y aparecía don
Bosco. El bribonzuelo pillado in fraganti, se
tapaba ((**It3.369**)) la cara
con las manos. Margarita en tanto, persuadida de
que había logrado convencerlo, subía a la
habitación de su hijo y exclamaba:
-íPobrecillos!, si no se les habla claro, no
entienden; pero les he puesto las orejas coloradas
y verás cómo cambian de conducta. Tienen buen
corazón, pero son tan niños y reflexionan tan
poco... íTengamos caridad con ellos! íLa caridad
triunfa siempre!
Sin embargo, no era tan fácil engañar a la
buena madre porque, como afirmaba don Bosco, ella
conocía no sólo la índole y la conducta de cada
uno de los asilados, sino que, además, adivinaba
fácilmente las intenciones y se equivocaba pocas
veces.
El sábado por la tarde, los artesanos llegaban
a casa con el jornal de la semana y, como estaba
prescrito, lo entregaban a don Bosco. Un picarón
quiso un día guardárselo. Se arañó la cara y,
lloriqueando, se presentó a don Bosco, contando
delante de sus compañeros, que unos ladrones le
habían robado sus pocos dineros y encima le habían
dado una paliza por intentar defenderse. Don Bosco
le compadecía, cuando mamá Margarita, acercándose
a su hijo, le dijo en voz baja:
->>Y tú le crees?
-Sé que quiere engañarme, le respondió don
Bosco en voz baja para no ser oído; pero, si no
hago como que lo creo, perdería su confianza en
mí.
Don Bosco se comportaba así para lograr, sin
avergonzarlo en
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