((**Es3.282**)
tan bien comida y cena, que hacía olvidar todo
otro condumio. El cual no faltaba nunca en los
días de fiesta; el buen Padre era el hombre más
feliz del mundo, cuando podía dar la sorpresa de
añadir algo extraordinario al alimento habitual de
cada día.
Los cuidados de toda suerte, que con tanta
solicitud prodigaba a sus hijos, a costa de tantos
sacrificios, no se pueden enumerar en pocas
palabras.
El teólogo Ignacio Vola no salía de su
admiración al ver lo que hacía
don Bosco por sus asilados y por los alumnos
externos. Un día exclamó:
-íDon Bosco se está consumiendo por sus hijos!
Y don Juan Giacomelli, que oyó estas palabras y
es quien nos las contó, añadía:
-Yo creo y estoy persuadido de que aquella
expresión no era exagerada. íCuántos muchachos no
supieron qué fuese el amor de un padre hasta
encontrarse con don Bosco!
Don Bosco se entretenía con gusto con sus
muchachos para tener ocasión de aconsejarles,
decirles una palabra amiga, un aviso, una frase de
aliento. Así educaba su corazón, mejoraba su
conducta, y les hacía vivir con alegría. Y, aunque
muchos de ellos eran pobres huérfanos, a todos les
parecía, sin embargo, gozar las alegrías de la
familia. íTal era la bondad del padre adoptivo!
Trataba a todos sus muchachos sin parcialidad
ninguna, con las mismas demostraciones de
benevolencia. Quería a todos por igual y, para
evitar entre ellos toda rivalidad, les demostraba
de tanto en tanto su igualdad de afecto,
interesándose por el bien espiritual y temporal de
cada uno; oyéndoles pacientemente en el
confesonario y en cualquier otra circunstancia que
lo requiriera. Todos estaban convencidos de ser
queridos personalmente y ninguno ((**It3.362**)) tenía
motivo para concebir celos y envidia. El quería
que en todos los corazones reinase la caridad con
el prójimo y repetía casi todos los días la
sentencia de San Juan: Qui non diligit manet in
morte (El que no ama está muerto.). Los exhortaba
a ser caritativos, no sólo entre sí, tratándose
con bondad y dulzura y perdonándose las ofensas
mutuas, sino también siendo generosos con los
pobrecitos de Turín que carecían de lo necesario.
El daba continuamente ejemplo de esta caridad; por
eso reinaba entre ellos la más jovial cordialidad
y más de uno se privaba de una moneda o de un
pedazo de pan para dárselo a algún mendigo que le
tendía la mano por la calle.
Así expresa don Félix Reviglio la
correspondencia de los muchachos a
las insinuaciones de don Bosco:
(**Es3.282**))
<Anterior: 3. 281><Siguiente: 3. 283>