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antes del mediodía. Más tarde, cantadas por
nuestros alumnos franceses, fueron la delicia de
algunas iglesias en aquella generosa nación.
Junto con las Completas iban los siete Salmos
Penitenciales y las Letanías de los Santos que se
recitaban después de la misa en las fiestas de San
Marco y durante los tres días de rogativas, cuando
hubo alumnos internos en el Oratorio. Finalmente
ponía los salmos, himnos y versículos de las
vísperas para todos los domingos y las fiestas del
Señor y de la Virgen, de San José, de los Angeles,
de los Apóstoles y de los Santos principales.
Omitió las antífonas para disminuir el volumen del
libro y porque éstas debían ser cantadas solamente
por el coro. Para ello se proveyó de un
antifonario y, con toda paciencia, comenzó a
enseñar las notas musicales a algunos muchachos.
José Turco le sorprendió una tarde mientras daba
la lección a tres de sus alumnos: tenía en la mano
un caramelo y se lo enseñaba como premio para el
que cantara mejor la antífona: Dixit pater
familias.
No podía don Bosco completar su libro mejor que
añadiendo una serie de cánticos religiosos. Entre
los de la Virgen intercaló uno dedicado al sagrado
Corazón de María, original de Silvio Péllico, y
otro a la Virgen de la Consolación, que los
muchachos cantaban en muchas ocasiones,
especialmente cuando iban en procesión, dos veces
al año, a visitar el famoso Santuario a Ella
dedicado (La Consolata). Frecuentemente los hacía
cantar en el patio; y siempre se entonaba alguna
estrofa al entrar y salir de la iglesia, para
cubrir ((**It3.21**)) el
desagradable rumor producido por el movimiento de
tantos. Y lo mismo se hacía antes de las
oraciones de la noche para romper el murmullo
inevitable al amontonarse los muchachos. También
quería don Bosco que se cantase durante la
comunión, dado que los que no comulgaban no
hubieran mantenido perfecto silencio, por la
ligereza de sus años. Y era algo encantador oír a
aquellos centenares de voces juveniles cantando.
Parecían repetir: Cantabiles mihi erant /
justificationes tuae in loco peregrinationis meae.
(Tus preceptos son cantares para mí, en mi mansión
de forastero) 1.
Por cuanto hemos dicho se puede juzgar el
espíritu de piedad que animaba a don Bosco y cómo
sabía comunicárselo a sus alumnos. Al escribir
estas páginas, sólo hemos tenido en cuenta la
primera edición de El Joven Cristiano. Cuando
hablemos de las ediciones
1 Salmo CXVIII, 54(**Es3.28**))
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