((**Es3.27**)
-No olvidéis, les decía, que, a la hora de la
muerte, se recoge el fruto de lo que hemos
sembrado durante nuestra vida. Bienaventurados
nosotros si hemos obrado bien; la muerte nos
llenará de alegría; las puertas del Paraíso
estarán abiertas para nosotros. Por el contrario,
íay ((**It3.19**)) de
nosotros! Remordimientos de conciencia en punto de
muerte y un infierno abierto que nos espera: Quae
seminaverit homo haec et metet (El hombre recogerá
lo que sembrare). Y repetía: La vida del hombre
debe ser una continua preparación para la muerte.
En el año 1847 empezó don Bosco a fijar el
primer domingo de cada mes para este tan saludable
ejercicio, invitando a todos a comulgar y
recomendándoles hicieran una confesión, como si
fuera la última de su vida. Para que aquel día se
distinguiera de los demás con una señal de
especial alegría, añadía algún companaje al pan
del desayuno. Con ello buscaba directamente
darles una ocasión para que se acostumbraran a la
frecuencia de los sacramentos, y por la tarde de
los sábados y la mañana de los domingos, atendía a
una multitud de penitentes, que se renovaba cada
hora, con caridad y paciencia inalterables.
Al acabar la misa, don Bosco se quitaba los
ornamentos sagrados, salía al pie del altar, donde
tenía preparado un reclinatorio, y allí recitaba
una afectuosa plegaria para implorar de Dios la
gracia de no morir de muerte repentina y una
oración a San José para conseguir su asistencia en
los últimos momentos. Siempre insistió a sus
muchachos para que, junto con los nombres de María
Santísima y San Luis, invocaran también el de San
José. Después leía con gran devoción las letanías
que recuerdan las
distintas fases de la agonía de un cristiano, a
las que respondían los muchachos: <<íJesús
misericordioso, tened piedad de mí!>> Terminaba
con una oración por las almas del purgatorio.
Tenía mucha devoción a estas benditas almas:
por eso insertó en su devocionario las Vísperas de
los difuntos para cantarlas el día de Todos los
Santos, después de las vísperas de la solemnidad,
y los salmos y preces para las exequias de los
difuntos y los entierros. Anotaba, además, las
indulgencias concedidas por los Sumos Pontífices
((**It3.20**))
a aquellas prácticas de piedad, tanto por la
ganancia espiritual que podían alcanzar los
muchachos, como por los sufragios que muchos de
ellos proporcionarían a las almas de los difuntos.
Imprimió, además, las Completas Mayores para
las festividades cuaresmales en las que, según el
rito, deben recitarse las vísperas(**Es3.27**))
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