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((**Es3.268**) Pero ésta no es más que una parte de la historia. Hay que hacer saber que el pobre muchacho tenía unos padres, que muy bien podían llamarse sus perseguidores. Eran continuos los malos tratos, y a menudo, después de haberle amargado la vida todo el día, le hacían pasar hambre. No se cuidaban ni poco ni mucho de su alma; más aún, cuando supieron que iba al Oratorio, empezaron a burlarse para alejarlo de él. Cuando don Bosco supo su tribulación y su peligro le iba animando, y una vez al verle llorando, le dijo cariñosamente: -No ovides que en toda ocasión siempre te haré de padre, así que, si te llegas a encontrar muy mal, ven a mi casa. La ocasión se presentó muy pronto. Florecía la primavera de 1848. Su padre trabajaba de cajista y, estando una tarde en la imprenta, cayó la conversación sobre don Bosco y su Oratorio. Le dijo a su hijo: -Quiero que esto se acabe; a partir del domingo te guardarás muy mucho de ir con ese... Y soltó un insulto y una blasfemia. El hijo, aunque respetuoso, cansado de trabajar, con hambre y molesto por los continuo insultos y amenazas, tenía una lengua muy expedita y le respondió: -Si yo aprendiese en el Oratorio a robar, a pelearme, o a ser un criminal tendría usted razón para prohibirme que fuese allí; pero no aprendo nada malo, más aún, me enseñan a leer, a escribir, a hacer cuentas; ((**It3.342**)) por lo cual yo quiero ir e iré siempre. ->>Qué irás siempre? -respondió el padre soltándole un sopapo que le hizo girar la cabeza. El pobre hijo, temiendo algo peor, tomó la puerta y escapó al Oratorio. Llegó, preguntó por don Bosco y, al saber que no estaba en casa, por miedo a que le pillara su madre, trepó al moral que había ante la puerta y se escondió a las miradas de la gente entre su abundante follaje. Eran las ocho de la tarde. Esperaba temblando la llegada de don Bosco. Empezaron a desfilar los muchachos que iban a la escuela nocturna, hasta que apareció don Bosco. Al mismo tiempo apareció también su madre al fondo de la calle. Persuadida de que hubiese escapado allí, quería llevárselo de nuevo a casa. Don Bosco se detuvo al oír la voz de la mujer que, apretando el paso, le había llamado. Entraron los dos en el patio. Se entabló un diálogo entre don Bosco y la animosa madre, diálogo largo puesto que ella insistía, entre injurias y protestas, que su hijo estaba escondido en el Oratorio. Acudieron bastantes muchachos (**Es3.268**))
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