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Pero ésta no es más que una parte de la
historia. Hay que hacer saber que el pobre
muchacho tenía unos padres, que muy bien podían
llamarse sus perseguidores. Eran continuos los
malos tratos, y a menudo, después de haberle
amargado la vida todo el día, le hacían pasar
hambre. No se cuidaban ni poco ni mucho de su
alma; más aún, cuando supieron que iba al
Oratorio, empezaron a burlarse para alejarlo de
él.
Cuando don Bosco supo su tribulación y su
peligro le iba animando, y una vez al verle
llorando, le dijo cariñosamente:
-No ovides que en toda ocasión siempre te haré
de padre, así que, si te llegas a encontrar muy
mal, ven a mi casa.
La ocasión se presentó muy pronto. Florecía la
primavera de 1848. Su padre trabajaba de cajista
y, estando una tarde en la imprenta, cayó la
conversación sobre don Bosco y su Oratorio. Le
dijo a su hijo:
-Quiero que esto se acabe; a partir del domingo
te guardarás muy mucho de ir con ese...
Y soltó un insulto y una blasfemia. El hijo,
aunque respetuoso, cansado de trabajar, con hambre
y molesto por los continuo insultos y amenazas,
tenía una lengua muy expedita y le respondió:
-Si yo aprendiese en el Oratorio a robar, a
pelearme, o a ser un criminal tendría usted razón
para prohibirme que fuese allí; pero no aprendo
nada malo, más aún, me enseñan a leer, a escribir,
a hacer cuentas; ((**It3.342**)) por lo
cual yo quiero ir e iré siempre.
->>Qué irás siempre? -respondió el padre
soltándole un sopapo que le hizo girar la cabeza.
El pobre hijo, temiendo algo peor, tomó la
puerta y escapó al Oratorio. Llegó, preguntó por
don Bosco y, al saber que no estaba en casa, por
miedo a que le pillara su madre, trepó al moral
que había ante la puerta y se escondió a las
miradas de la gente entre su abundante follaje.
Eran las ocho de la tarde.
Esperaba temblando la llegada de don Bosco.
Empezaron a desfilar los muchachos que iban a la
escuela nocturna, hasta que apareció don Bosco. Al
mismo tiempo apareció también su madre al fondo de
la calle. Persuadida de que hubiese escapado allí,
quería llevárselo de nuevo a casa. Don Bosco se
detuvo al oír la voz de la mujer que, apretando el
paso, le había llamado. Entraron los dos en el
patio. Se entabló un diálogo entre don Bosco y la
animosa madre, diálogo largo puesto que ella
insistía, entre injurias y protestas, que su hijo
estaba escondido en el Oratorio. Acudieron
bastantes muchachos
(**Es3.268**))
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