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todo y ligarlo a don Bosco con un vínculo de
sincerísimo afecto. A partir de aquel momento, el
muchacho se sintió totalmente cambiado. Mientras
tanto habían entrado en el Oratorio y se habían
acercado a él algunos compañeros de su pandilla.
Al saber don Bosco que les gustaba cantar, les
invitó a hacer una prueba de su saber.
Condescendieron enseguida; el capitanejo se puso
en medio de ellos, cercados ya de un montón de
muchachos que habían acudido para gozar de aquella
novedad, y cantaron algunos trozos de ópera. El
director del coro eligió los que mejor ((**It3.340**))
expresaban las condiciones de su alma. Las
melodías fueron muy aplaudidas y don Bosco se
decidió a hacerse cargo de aquel muchacho. A
partir de entonces frecuentó éste el Oratorio
festivo con ejemplar asistencia, arrastrando
consigo a varios de sus compañeros.
Pero estaba en la más profunda ignorancia de la
doctrina cristiana, que había olvidado totalmente;
hasta el padrenuestro, por lo cual unos años
antes, aún cuando había sido admitido para la
comunión, el párroco de San Agustín no le permitió
recibirla. Don Bosco enternecido por su
desgraciada situación, en su segundo encuentro le
invitó amablemente a que fuera al coro de la
capilla, diciéndole que pronto iría él allí para
confesarle. Era su costumbre dar una vuelta por el
patio, mientras jugaban los muchachos, para
recoger a los que su ojo penetrante, diríamos
inspirado, descubría que necesitaban de su
caridad. El hecho es que habiéndose adherido este
nuevo amigo a la primera invitación, encontró ya
reunidos para el mismo fin a otros muchachos. Al
llegarle el turno, abrió su corazón a don Bosco y
oyó unas palabras que infundieron en su alma una
paz inefable. Después de la confesión se ofreció
don Bosco para instruirle en los rudimentos de la
fe; pero como necesitaba una instrucción
particular, lo puso en manos del buen sacerdote
don Pedro Ponte, por aquel entonces su huésped.
Este le recibía todos los días y le enseñaba el
catecismo. No fue un trabajo díficil, dada la
atención y el ingenio del alumno y el recuerdo de
las lecciones que ya había aprendido en la
parroquia, de modo que, quince días más tarde,
hacía su primera comunión de manos del mismo don
Bosco.
El Oratorio se convirtió en adelante en el
lugar de su predilección: iba a él cada día y
frecuentemente varias veces al ((**It3.341**)) día.
Aprendió música, que pronto pudo ejecutar en el
Oratorio y fuera. Su hermosa voz dominaba
armoniosamente la de los compañeros cuando por la
noche, al salir de la escuela cantaba por las
calles varias canciones a la Virgen, mientras
todos volvían a su casa acompañados por don Bosco
durante un corto trecho.
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