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CAPITULO XXXII
NUEVOS MUCHACHOS ASILADOS - <> REFUGIO DE UN SEGUNDO MUCHACHO - EL
BARBERILLO - UN EXPULSADO DE SU CASA - PRIMEROS
SANTOS PROTECTORES DE LOS DORMITORIOS
CANSADOS y aturdidos por el fragor de las batallas
y el griterío de las plazas, busquemos unos
instantes de reposo en la paz que alegra la casa
Pinardi.
Aunque eran ya mil quinientos los muchachos de
la ciudad que acudían los días festivos al
Oratorio de San Francisco de Sales y al de San
Luis Gonzaga, eran todavía muchos más, como hemos
visto, los que, por incuria de padres y patronos,
andaban errantes por calles y plazas, alejados de
las funciones sagradas. Había entre éstos un
grupo, cuyo jefe era un muchacho de unos dieciséis
años, esbelto, de carácter vehemente, capaz de
dirigir él solo un regimiento de soldados. Había
éste oído hablar de
don Bosco a un amigo suyo como de un padre amoroso
de la juventud, mas no se había impresionado por
aquellas alabanzas. Cuando he aquí que un domingo
de 1847, habiéndose reunido aquellos bribonzuelos
en el acostumbrado reducto de sus diversiones,
advirtió que faltaba un compañero y preguntó a los
demás el porqué.
-Ha ido, respondió uno de ellos, al Oratorio de
don Bosco, un cura muy simpático que trata muy
bien a la gente.
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->>Oratorio de don Bosco?, repitió el mozalbete;
>>qué es eso de Oratorio? >>Qué se hace allí?
-Dicen que es un lugar donde se reúnen muchos
muchachos; allí juegan, corren, saltan, cantan y
después van a una iglesia cercana a rezar.
-íCorren, juegan, saltan y cantan! Todo eso me
gusta a mí; pero >>dónde está ese lugar?
-En Valdocco.
-Vamos a verlo, concluyó el capitanejo.
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