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todo lo imaginable. Subió al Capitolio como un
triunfador, fue declarado ciudadano romano,
aclamado como profesor en la universidad de Roma,
visitó al Papa para engañarlo sobre las
impresiones de los liberales, le animó a la
confederación italiana y le propuso coronar a
Carlos Alberto en Milán. Pío IX, que conocía quién
era Gioberti, le respondió que, si esto ayudaba a
consolidar la paz y hacer feliz a Italia, él lo
haría. Gioberti se había entrevistado en todas
partes con todos los jefes de partido y su labor
no parecía haber caído en el vacío. El sector
republicano se mantuvo quieto por algún tiempo y
buen número de provincias determinó unirse al
Piamonte. Piacenza el diez de mayo, Parma el
veinticinco, Reggio el veintiséis, Módena el
veintinueve, Milán el ocho de junio y Venecia el
cuatro de julio, aceptaron a Carlos Alberto como
soberano. Turín tenía ((**It3.335**)) razón
para celebrarlo, al ser reconocida como capital de
tan vasta y tan importante parte de Italia.
Mientras tanto seguía la guerra. El general
austríaco Nugent, al frente de veintidós mil
hombres, entraba en Friuli el dieciséis de abril,
por el lado de Isonzo y tras una fácil victoria
junto a Palmanuova, ocupaba Udine el veintitrés,
después Canegliano, el cinco de mayo Belluno y
luego Feltre. El día seis atacaba Carlos Alberto a
los austríacos en Santa Lucía, esperando una
rebelión en Verona, pero los piamonteses, después
de un prolongado y duro combate, tenían que
retirarse. El día nueve los soldados de Nugent
rechazaban un ataque encarnizado, y los
legionarios pontificios, que sostenían estos
encuentros, desmoralizados por emisarios
republicanos, comenzaron a negar la obediencia a
su jefe y a desbandarse. El día quince, por obra
de los ministros sectarios que trabajaban en favor
de la república, se sublevaba la plebe en Nápoles,
sostenida por la guardia nacional y levantaba
barricadas. Las tropas regulares, después de un
feroz encuentro por calles y casas, sofocaban la
sedición. Pero como ésta se propagaba a las
provincias y a Sicilia rebelada, dado que un
partido quería la república y otro ofrecía la
corona al duque de Génova, el rey Fernando, que
necesitaba todos sus batallones, ordenó que
retrocedieran los que habían partido para
Lombardía. Y fue obedecido con gran daño para la
causa nacional. En Viena los continuos desórdenes
llegaron a tal punto que el Emperador, temiendo
por su vida, corrió a refugiarse en Innsbruk el
diecisiete. El veinte, el veintidós y el
veinticuatro intentaban los austríacos penetrar en
Vicenza, pero el valor de los italianos inutilizó
sus esfuerzos y, poco después, por dos veces, los
derrotaron también en Bardolino.
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