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((**Es3.263**) todo lo imaginable. Subió al Capitolio como un triunfador, fue declarado ciudadano romano, aclamado como profesor en la universidad de Roma, visitó al Papa para engañarlo sobre las impresiones de los liberales, le animó a la confederación italiana y le propuso coronar a Carlos Alberto en Milán. Pío IX, que conocía quién era Gioberti, le respondió que, si esto ayudaba a consolidar la paz y hacer feliz a Italia, él lo haría. Gioberti se había entrevistado en todas partes con todos los jefes de partido y su labor no parecía haber caído en el vacío. El sector republicano se mantuvo quieto por algún tiempo y buen número de provincias determinó unirse al Piamonte. Piacenza el diez de mayo, Parma el veinticinco, Reggio el veintiséis, Módena el veintinueve, Milán el ocho de junio y Venecia el cuatro de julio, aceptaron a Carlos Alberto como soberano. Turín tenía ((**It3.335**)) razón para celebrarlo, al ser reconocida como capital de tan vasta y tan importante parte de Italia. Mientras tanto seguía la guerra. El general austríaco Nugent, al frente de veintidós mil hombres, entraba en Friuli el dieciséis de abril, por el lado de Isonzo y tras una fácil victoria junto a Palmanuova, ocupaba Udine el veintitrés, después Canegliano, el cinco de mayo Belluno y luego Feltre. El día seis atacaba Carlos Alberto a los austríacos en Santa Lucía, esperando una rebelión en Verona, pero los piamonteses, después de un prolongado y duro combate, tenían que retirarse. El día nueve los soldados de Nugent rechazaban un ataque encarnizado, y los legionarios pontificios, que sostenían estos encuentros, desmoralizados por emisarios republicanos, comenzaron a negar la obediencia a su jefe y a desbandarse. El día quince, por obra de los ministros sectarios que trabajaban en favor de la república, se sublevaba la plebe en Nápoles, sostenida por la guardia nacional y levantaba barricadas. Las tropas regulares, después de un feroz encuentro por calles y casas, sofocaban la sedición. Pero como ésta se propagaba a las provincias y a Sicilia rebelada, dado que un partido quería la república y otro ofrecía la corona al duque de Génova, el rey Fernando, que necesitaba todos sus batallones, ordenó que retrocedieran los que habían partido para Lombardía. Y fue obedecido con gran daño para la causa nacional. En Viena los continuos desórdenes llegaron a tal punto que el Emperador, temiendo por su vida, corrió a refugiarse en Innsbruk el diecisiete. El veinte, el veintidós y el veinticuatro intentaban los austríacos penetrar en Vicenza, pero el valor de los italianos inutilizó sus esfuerzos y, poco después, por dos veces, los derrotaron también en Bardolino. (**Es3.263**))
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