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enseñaba el catecismo durante casi una hora, y
siempre ganaba alguna alma para Dios.
Y como duró mucho tiempo este deplorable estado
de cosas, don Bosco en los años siguientes solía
acabar casi siempre sus apaciguamientos,
llevándose a vivir con él al Oratorio a algunos
perturbadores de la paz pública. Muchos de ellos
efectivamente eran pobres y estaban abandonados
por sus padres. Su fin principal era intentar
ganarse a los cabecillas de las pandillas y vio
varias veces cómo se deshacía la pandilla al
acoger en su casa a uno de ellos. Era ciertamente
necesaria mucha paciencia y
destreza para tener sin peligro en el asilo del
Oratorio aquella ralea de muchachos, pero pudo
hacerse una prueba consoladora. Aunque
permanecieron poco tiempo en el Oratorio y
quisieron marcharse enseguida, sin embargo, ni
siquiera uno de ellos volvió a mezclarse en
aquellas peleas mortales.
De este modo don Bosco obtenía, en parte, su
finalidad, pero no podía desarraigar de principio
el mal con su benéfica actuación. La psicosis de
guerra crecía y los mayores y más atrevidos de
aquellas bandas desenfrenadas eran pagados por los
agitadores de las manifestaciones de toda clase
que, casi a diario, armaban jaleo por la ciudad,
con gritos de alegría, de amenaza, de rabia o de
triunfo, según los acontecimientos.
El treinta de abril, aprovechando la amnistía
de los proscritos políticos, Vicente Gioberti
dejaba París, volvía a la patria y se instalaba en
el Hotel Feder. Apenas se supo su llegada a Turín,
aquella misma noche fue objeto de grandiosas
ovaciones ((**It3.334**)) ante el
hotel y se iluminó la ciudad profusamente como en
las grandes fiestas. Pero el Abate no había vuelto
solamente para recibir homenajes. como los
partidos republicanos amenazaban con quitar a la
monarquía saboyana la dirección y las ventajas del
movimiento nacional, los liberales monárquicos y
el ministerio esperaban que él, en tales
contingencias, prestaría eficaz ayuda a su
partido. Gioberti aceptó el encargo. En efecto, se
había puesto de acuerdo en París con Mazzini para
que éste, de momento, dejara hacer y no estropeara
la marcha legal de los acontecimientos. Al mismo
tiempo llevaba la misión secreta a toda Italia del
Norte, de unir los Estados Italianos con el
Piamonte, bajo el cetro de la casa de Saboya y
ocupar los Estados Pontificios, dejando a Pío IX
solamente Roma, mientras viviera. Gioberti se
presentó a Carlos Alberto el siete de mayo en
Somma Campagna, y llegaba a Roma el veinticuatro,
después de recorrer Lombardía, Liguria y Toscana y
haber sido recibido en las ciudades, con tal
frenesí de aplausos y tal profusión de honores,
que superan
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