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salió del patio y corrió al centro de la tempestad
de piedras que ya silbaban por todas partes. Poco
a poco se fueron acercando los de las primeras
filas y se oyeron unos disparos de pistola. Don
Bosco se abalanzó para separar a dos desgraciados
que se arremetían navaja en mano, pero llegó
cuando uno gritaba: <<íToma, ya tienes
bastante!>>, y el otro caía a sus pies rociándolo
con la sangre que salía de una ancha herida en el
vientre. El homicida desapareció y el herido fue
llevado al hospital en brazos de dos de sus
compañeros mientras iba repitiendo: <>.
Don Bosco lo acompañó exhortándolo a perdonar,
y cuando le pareció que había acabado la
excitación de venganza, le confesó lo mejor que
pudo y al día siguiente moría el infeliz. Estos
desafíos siempre acababan dejando en el campo
algunos jóvenes con heridas graves, cuando no eran
mortales.
Don Bosco asumió esta misión para impedir la
ofensa de Dios y la pérdida de las almas. Cuando
tuvo consigo sacerdotes y clérigos, al contarles
las peripecias de los primeros años del Oratorio,
les decía una vez: <((**It3.331**)) a
aquellos locos; pero como si nada. Entonces me
dije: "Estos muchachos corren un grave peligro; es
una verdadera ofensa de Dios; >>y tendré yo que
dejar proseguir impasiblemente esta lucha mortal?
íNo! Lo impediré a toda costa. A grandes males,
grandes remedios..." >>Y qué se me ocurrió? Lo que
hasta entonces nunca había hecho. Al ver que eran
inútiles mis palabras, me lancé en medio de
aquella nube de proyectiles, caí sobre una de las
partes combatientes, derribé a puñetazos a buena
parte de ellos y los otros se dieron a la fuga;
entonces corrí tras los de la banda opuesta..., e
hice lo mismo. De este modo conseguí que terminase
aquel desorden, causa de tan funestas
consecuencias. Quedé dueño de los prados y aquel
día nadie se atrevió a volver. Cuando quise
regresar a casa me saludó un griterío lejano. Ya
en casa, pensé: ">>Qué es lo que he hecho? Pudo
alcanzarme una piedra y caer por tierra..." Pero
ni en ésta, ni en ocasiones similares me ocurrió
nunca nada desagradable, salvo una vez que recibí
un zapatazo en la cara y cuya señal me duró unos
meses. Que es lo que yo digo: cuando uno confía en
la bondad de su causa, no teme nada. -Tras una
pausa seguía diciendo: -Yo soy así: cuando veo la
ofensa de Dios, aunque haya un ejército contra mí,
no cedo ni me retiro con tal de
impedirla>>.
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