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((**Es3.255**) informar y educar los corazones juveniles en las dos virtudes principales del cristianismo, la humildad y la caridad. Después de la ceremonia sentáronse a la frugal cena con don Bosco los jóvenes apóstoles. El mismo la quiso servir por su propia mano, para mejor representar la última cena del Divino Redentor. Por último, les entregó un gracioso regalito y los envió a casa henchidos de alegría. Esta sagrada ceremonia se siguió practicando cada año en el Oratorio con mucha edificación; fue una de las predilectas de don Bosco, que continuó celebrándola mientras le acompañaron las fuerzas. El mismo elegía los apóstoles entre los alumnos mejores y añadió un decimotercero. Invitaba a algún sacerdote a dirigir la palabra a los muchachos, antes de iniciarse la función, y en el 1850 fue elegido don Giacomelli. En aquel acto del Lavatorio, su espíritu de fe, humildad y sencillez conmovía el corazón de todos los asistentes. El regalo que hacía a sus pequeños apóstoles, después de la cena, era casi siempre un pañuelo blanco y un crucifijo. ((**It3.325**)) También se continuó la Visita a los Monumentos; pero procesional y corporativamente, sólo hasta 1866. Don Bosco acompañaba siempre a los muchachos, después de haber pedido permiso a los rectores de las distintas iglesias por él elegidas para las estaciones de la piadosa peregrinación. El devoto recogimiento de aquella generosa juventud aumentaba la piedad cristiana de la población que los contemplaba edificados. Cuando las circunstancias ya no permitieron estas visitas, se suprimieron, estableciendo en la capilla del Oratorio otras prácticas de piedad propias de esos días memorandos; por ejemplo, la visita al Santísimo Sacramento con la Corona al Sagrado Corazón de Jesús, el vía crucis y el canto del Stabat Mater. Con las industrias referidas logró don Bosco atraer y entretener a sus jóvenes, de manera que, bien instruidos en la doctrina, el 23 de abril cumplieron muchísimos de ellos con Pascua. Pero era menester que tal afluencia no cesase, y para impedir las ausencias dominicales, don Bosco y el teólogo Borel pusieron en práctica otro medio. Además de distribuir a menudo pequeñós regalos a los asiduos al catecismo y más piadosos, como eran estampas, medallas y a veces frutas y dulces, empezaron a hacer el sermón o plática de la tarde casi siempre en forma de diálogo. El buen Teólogo, mezclado entre los muchachos, hacía de penitente o de escolar, y salía de vez en cuando con preguntas y respuestas tan graciosas que los tenían atentos y les hacían reír, mientras don Bosco, desde el púlpito, (**Es3.255**))
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