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ser consuelo de los afligidos: Consolatrix
afflictorum. En correspondencia, queridos hijos
míos, amémosla también nosotros, y por su amor,
huyamos del pecado. Como recuerdo de esta visita
dejemos aquí, a los pies de María, nuestro pobre
corazón, roguémosle que lo acepte y nos lo
conserve siempre puro e inmaculado; hagamos de
forma que siempre podamos vivir contentos a la
sombra de su manto y morir consolados por Ella>>.
Esta procesión continuó haciéndose
ordenadamente a este querido santuario una o dos
veces al año, hasta el 1854, y los jóvenes bajaban
siempre a la cripta para recitar una oración más.
También la semana santa fue ocasión para
enfervorizar a los jóvenes en la piedad. El jueves
visitaron procesionalmente los monumentos de las
parroquias. De una iglesia a otra, cantaban salmos
y canciones, y los muchachos de toda edad y
condición, atraídos por los cantos y el buen
ejemplo, venciendo todo respeto humano, se unían a
sus filas con transportes de alegría. Al llegar a
la iglesia, después de unos minutos de adoración,
los cantores cantaban con expresión enternecedora
la Pasión o un motete que don Bosco les había
expresamente ensayado. Muchas personas se
conmovían hasta las lágrimas al oír las tristes
melodías y seguían a los muchachos de una iglesia
a otra, para llorar de nuevo sobre la tumba de
Jesús. Este piadoso espectáculo llegó a reanimar
el fervor de algunos adultos que, como
consecuencia de algunas burlas, o por mejor decir,
insultos o desprecios, no se atrevían ya a tomar
parte en aquella práctica religiosa.
Al caer de la tarde de aquel Jueves Santo se
celebró por vez primera en la capilla del Oratorio
la ceremonia del Mandato o Lavatorio ((**It3.324**)) de los
pies, en presencia de muchos muchachos. A tal fin
fueron elegidos doce, en representación de los
doce Apóstoles. Se colocaron en círculo en el
presbiterio. Se cantó el pasaje del Evangelio
prescrito por la liturgia. Después don Bosco se
ciñó una toalla, se arrodilló delante de cad uno y
les lavó los pies, como hizo el divino Salvador
con sus discípulos en la última cena, se los secó
y besó con profunda humildad. Mientras se
desarrollaba la ceremonia, los cantores hacían
resonar las palabras del rito: Ubi caritas el
amor, Deus ibi est (Donde hay caridad y amor allí
está Dios). Y aquellas otras: Cessent jurgia
maligna, cessent lites; et in medio nostri sit
Christus Deus (Cesen las malignas contiendas,
cesen los pleitos; y en medio de nosotros reine
Jesucristo Dios).
Hizo después un discursito moral y explicó el
significado y señaló las enseñanzas de la
ceremonia, una de las más apropiadas para
(**Es3.254**))
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