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((**Es3.252**) No era moralmente posible que, en medio de tanta disipación, los muchachos del Oratorio no sufrieran algún cambio de conducta. Realmente faltaban bastantes a las funciones sagradas los domingos y entre semana no se les veía en el catecismo; otros acudían a recepción de la confesión y la comunión quedaba reducida a la mínima expresión. Para remediar aquel malestar religioso y moral, que amenazaba a los muchachos del Oratorio, era menester que la industriosa caridad y el celo de don Bosco encontrasen medios eficaces. Y éstos no se hicieron esperar. Dio comienzo con la oración. Aquel año introdujo la santa práctica del ejercicio del vía crucis: la inició el diez de marzo y se repitió todos los viernes de cuaresma. Quiso que asistieran todos los muchachos de la comunidad, con la mayor devoción posible; a ellos se unieron muchos otros chicos externos y diversas personas del vecindario que, por comodidad, iban durante la semana a oír misa y confesarse. Don Bosco en persona lo dirigía, compenetrado de tales sentimientos de compasión con el pensamiento de los padecimientos sufridos por el Divino Salvador para nuestra redención, que su compostura valía por todo un sermón eficacísimo. En tanto, acomodándose a las exigencias de los tiempos, en todo lo que no desdecía de la Religión y las buenas costumbres, no dudó en permitir que los muchachos realizasen sus maniobras en el patio del Oratorio; más aún, se las arregló para conseguir una buena cantidad de fusiles de madera. Puso sin embargo, como condición, que no se dieran tantos golpes, como sucedía entre ((**It3.321**)) piamonteses y austríacos, y que al sonar la campanilla para el catecismo, todos depusieran las armas y acudieran a la iglesia. Estrenó también otros ejercicios gimnásticos menos peligrosos; proveyó de bochas, tejos, etcétera, etcétera. Repetía con frecuencia el juego de la piñata, las carreras de sacos y hacía representar honestas comedias y sainetes divertidos. En fin, no ahorró nada para que todos, de un modo o de otro, tuvieran comodidad para divertirse en el Oratorio, siempre asistidos y paternalmente vigilados. Constituyó un poderoso atractivo la clase de canto. A las lecciones de solfeo añadió don Bosco las de piano y órgano; y, para muchos, la música instrumental, lo que suscitó gran entusiasmo. Mientras atendía a la organización de la banda y adiestraba a algunos muchachos a aporrear el piano y hacer chillar el órgano, la música vocal se perfeccionaba. Así que, en cuanto tuvo los coros (**Es3.252**))
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