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mil hombres en socorro de Carlos Alberto, al mando
del viejo carbonario Guillermo Pepe; y el Gobierno
del gran duque de Toscana Leopoldo II otros seis
mil.
Tropas piamontesas, llamadas por los gobiernos
provisionales para frenar a los republicanos,
ocupaban los ducados de Módena y Parma.
Mientras tanto, el veinticinco de abril, con
verdadero dolor de todos los católicos, el rey
Carlos Alberto, desde el cuartel general de Volta
decretaba el exequátur real sobre las provisiones
de Roma, poniendo en vigor edictos olvidados y
reprobados por Clemente XI y Benedicto XIV.
((**It3.319**)) El
treinta de abril las tropas reales, después de
encarnizados combates, quedaban dueñas de
Pastrengo y estrechaban el asedio de Peschiera,
una de las cuatro ciudades fortificadas que
separaban las provincias lombardas de las vénetas.
El Rey puso su cuartel en Sommacampagna. Los
austríacos se habían retirado a la orilla
izquierda del Adigio.
Llegaban las noticias de estos triunfos a
Turín, donde eran aguardadas con mucha ansiedad; y
el pueblo celebraba festejos de locura por las
victorias de los ejércitos. Hasta los muchachos
llegaron a tal exaltación que, sin cierto freno,
podía llegar a hacerles daño a muchos. No se
pensaba más que en la guerra, se hablaba de
guerra, se escribía sobre la guerra, se cantaba a
la guerra en casa, en el teatro, en la plaza;
estoy por afirmar que, hasta durmiendo se soñaba
con la guerra. Los mismos chiquillos parecía que
se habían convertido en valerosos soldados capaces
de atravesar de un solo golpe a dos austríacos con
la punta de su espada. Era de ver cómo, al acabar
la escuela, al salir de la tienda o de la fábrica,
se armaban de un palo y se unían en tropel en un
sitio u otro, elegían un jefe, se organizaban en
pelotones, hacían maniobras, jugaban a la guerra
entre ellos y llegaban a entablar verdaderas
batallas de una pandilla contra otra, en las que,
a veces, por incapacidad o por demasiado ardor
bélico, se daban y recibían solemnes garrotazos
dignos de mejor causa. Sobre todo los domingos y
fiestas de guardar, calles y alrededores de la
ciudad parecían convertirse en pequeñas plazas de
armas. Crecían las alas de la fantasía juvenil al
son de tambores y trompetas de las maniobras y
desfiles de la guardia nacional, la llegada de los
prisioneros de guerra y los festejos públicos
repetidos después de cada victoria.
La catequesis cuaresmal había comenzado el 13
de marzo, mas por las causas señaladas, en casi
todas las parroquias ((**It3.320**))
mermaban los asistentes a clase y algunas se
quedaban totalmente vacías.
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