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brevemente, pero con una eficacia incomparable
para la reforma de las costumbres. Tal y como
quedó impreso, lo practicó a partir de aquel año y
se sigue parcticando todavía. Durante los
primeros veinte años se celebró todos los viernes
de cuaresma. Al principio, casi en privado con
unos pocos, y, después, cuando fueron muchos los
muchachos asistentes, el mismo don Bosco,
precedido de la cruz y dos ciriales, revestido de
roquete y estola, iba delante, de estación en
estación, leyendo de rodillas con voz emocionante
que conmovía a los otros, las narraciones,
reflexiones y propósitos de su querido
devocionario. Cada una de ellas terminaba
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con un pequeño recuerdo en latín de la pasión de
nuestro Señor Jesucristo, quizá para que luego
fuera recitado junto al lecho de los niños
enfermos o agonizantes.
Junto a las devociones al Divino Salvador no
podían faltar las dedicadas a su Santísima Madre.
Escribía don Bosco a los jóvenes: "Estad
íntimamente persuadidos de que todas las gracias
que pidáis a la Santísima Virgen os serán
concedidas, con tal de que no pidáis nada que sea
para vuestro mal". Con tesón aconsejaba se
invocara continuamente a María. La devoción al
sagrado Corazón de María molestaba a muchos de los
así llamados espíritus fuertes, imbuídos de ideas
ultramontanas; y don Bosco, con su fe sencilla,
convertido en propagandista, terminaba la visita
al Santísimo Sacramento y la Corona al sagrado
Corazón de Jesús con la oración al sacratísimo
Corazón de María, escrita por San Bernardo. Y de
este modo se convirtió ésta en una devoción
cotidiana de los más fervorosos. Insistía para
que por la mañana, por la noche y durante el día
se repitiese: "Madre querida, Virgen María, haced
que yo salve el alma mía", y previendo la
definición dogmática, enseñaba para repetirla cada
día, la jaculatoria: "Bendita sea la Concepción
purísima de la Madre de Dios, Virgen santísima".
Imprimía también el Oficio en honor de la
Virgen. Quería se hiciesen en el Oratorio las
prácticas de piedad que muchos jóvenes del campo
habían practicado en sus propios pueblos. Por
esto, apenas contó con un número de alumnos
internos que pudieran leer en latín, empezó a
cantar primero las Vísperas de la Virgen María por
la tarde, entre el catecismo y la plática, y más
tarde a recitar los Maitines y Laudes antes de la
única misa, mientras él confesaba. Cuando contó
con otro sacerdote en casa, se empezaron a cantar
los Maitines y Laudes durante la segunda misa.
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Se reservaba el Oficio entero para los días de los
Ejercicios Espirituales.
Pero lo que más le interesaba a don Bosco era
el santo rosario(**Es3.24**))
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