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como a un enemigo declarado de la Iglesia. Mas, si
a causa del desenfreno de la prensa tocó llorar a
los padres jesuitas, a las Damas del Sagrado
Corazón y a otras dignísimas personas de Turín,
ciertamente no ((**It3.300**)) tuvo
mejor suerte don Bosco. También él fue pronto
blanco de insultos y amenazas. Más aún, sucedió
que, desde el comienzo de las malentendidas
libertades, púsose en riesgo la vida del buen
padre, y, por tanto, la existencia de nuestro
Oratorio.
A pocos metros de la capilla de San Francisco
de Sales, hacia poniente, levantábase entonces una
tapia, que la separaba de los huertos y prados de
Valdocco, que se extendían por entonces hasta la
ribera derecha del Dora. Hoy está aquello cubierto
de fábricas, casas y edificaciones, pero entonces
estaba todo desierto. Pues bien, en la primavera
de aquel año, un domingo por la tarde, estaban los
muchachos del Oratorio reunidos en sus respectivas
clases de catecismo y don Bosco enseñaba a los
mayores en el coro. Explicábales el amor inmenso
de Jesucristo al hacerse hombre, padecer y morir
por nosotros. Había, a pocos metros de la tapia,
un ventanuco cerrado, que correspondía al lugar
donde él se encontraba, y una puerta abierta del
otro lado que iluminaba su persona. Cuando he aquí
que un facineroso, con un arcabuz al hombro,
poseído de no sé qué espíritu maligno, apostado
tras la tapia, saltó sobre los hombros de un
cómplice, y asomándose por encima de la tapia,
apuntó al ventanuco del coro y disparó. El tiro
iba dirigido al corazón de don Bosco; pero,
gracias a Dios, erró el disparo. Un grito
universal respondió a la detonación, después un
profundo silencio, y los muchachos asustados
tenían sus ojos fijos y desmesuradamente abiertos
en él. El
proyectil veloz como un rayo, horadó el vidrio de
la ventana sin astillarlo, pasó bajo el brazo
izquierdo y el costado y le arrancó un trozo de
sotana del pecho y de la manga. Se clavó en la
pared de la capilla y cayeron varios centímetros
cuadrados de yeso. Don Bosco casi no advirtió más
que un ligero choque, como si alguno ((**It3.301**)) al
pasar le hubiese rozado la sotana. Pero no se
descompuso y tuvo la serenidad y tranquilidad de
espíritu de calmar el indescriptible susto de los
muchachos, ante aquel hecho sacrílego, diciéndoles
sonriendo:
-íHola! >>Os asustáis con una broma de tan poca
gracia? No es mas que una broma. Hay gente
maleducada que no sabe bromear sin faltar a la
delicadeza. íMirad!, íme han roto la sotana y han
caído unos cascotes de la pared! Pero volvamos a
nuestro catecismo.
La jovialidad de don Bosco y el verle sano y
salvo de tan vil atentado, tranquilizó a todos. Al
acabar el catecismo, don Bosco, siempre sereno,
cantó las vísperas, predicó, dio la bendición y
después se
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