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Roberto d'Azeglio, con un piquete de guardias
nacionales, se situó en los soportales del palacio
y alejó a los manifestantes.
Entre tanto, como corría entre los seminaristas
peligro de nuevos desmanes, la inminente guerra
contra Austria y la interrupción de las clases en
la universidad aconsejaron a monseñor Fransoni el
cierre del Seminario. En consecuencia se negaron
las Sagradas Ordenes a todos los seminaristas que
habían tomado parte en las manifestaciones
políticas. Muchos de ellos, al recibir la noticia
de las decisiones de Arzobispo, bajaron al patio y
cantaron el himno popular genovés: I figli
d'Italia si ((**It3.299**)) chiaman
Balilla Los hijos de Italia se llaman Balil-la 1.
A tal extremo llegó el delirio por la guerra, que
muchos de ellos colgaron la sotana y se enrolaron
en el ejército. Algunos se conservaron buenos
cristianos, llegaron a ser excelentes profesores
y, con el andar del tiempo, se aficionaron a don
Bosco y prestaron señalados servicios en la
sección de enseñanza media del Oratorio. Unos
pocos pasaron a otras diócesis, donde fueron
admitidos al sacerdocio.
No era posible que las tristes escenas
descritas no causaran su impacto en los muchachos
del Oratorio festivo de San Francisco de Sales,
porque yendo por la ciudad y asistiendo a sus
talleres, y aún dentro del ambiente de sus
familias oían enjuiciar los acontecimientos de
distinto modo y no siempre de forma desfavorable.
Pronto se dio cuenta de ello don Bosco y así, y en
público, ya en privado, los prevenía de modo
conveniente. Sabedor del enorme daño que hacían
periódicos pervesos, les inculcó que no debían
leerlos nunca. Y, aún cuando El Jesuita moderno no
había sido todavía condenado por la Iglesia, sin
embargo él prohibió su lectura a los catequistas,
maestros y jóvenes estudiantes, y para que siempre
lo tuvieran entre ojos les hizo ver cómo su autor,
en su afán de maledicencia, había incluso tenido
la desfachatez de denigrar a la Residencia
Sacerdotal de San Francisco de Asís, donde sus
primeros compañeros habían recibido tantas pruebas
de benevolencia.
La recomendación de don Bosco, corroborada con
textuales palabras vomitadas por Gioberti contra
la cuna del Oratorio, pudo para los jóvenes más
que ninguna ley, y ninguno de ellos, ni antes ni
después de que fuese puesto en el índice de los
libros prohibidos, se atrevió a leer aquella obra
malvada, y todos consideraron a su autor
1 Balil-la: es el apodo del heroico muchacho
Juan B. Perasso, que tirando una pedrada contra
los soldados austríacos, 1746, inició la
revolución popular que echó de Génova al invasor.
(N. del T.)
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