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Arzobispo no eran ignoradas por quien vigilaba
para que no hubiese ningún movimiento reaccionario
imprevisto. El habituado a tantos años de
conjuras, temía a cada paso que los imaginarios
adversarios se valieran ((**It3.295**)) de las
mismas armas que él; y los prolongados y
cotidianos coloquios de don Bosco con monseñor
Fransoni y los centenares de jóvenes que parecían
prontos a una señal suya, habían aumentado las
sospechas. Por eso, de cuando en cuando era
llamado a las oficinas del Palacio Municipal,
donde existía entre los empleados una constante
agitación por los cambios de forma en el gobierno.
Algunos de ellos pretendían que manifestara sus
propias opiniones y que hiciera algo para ser bien
visto por el partido liberal. Pero don Bosco no
les daba más que respuestas a medias. Porque
rechazar era declararse enemigo de Italia y
condescender equivalía a una aceptación de
principios que consideraba de fatales
consecuencias. Así que no condenaba, ni tampoco
aprobaba a nadie. Hubo quien le dijo con enojo:
->>Y no sabe usted que su existencia está en
nuestras manos?
Pero don Bosco aparentó no comprender la
amenaza. Se presentaba con un aire bonachón, sin
afeitar, con la sotana raída, sin lustre en los
zapatos y caminando un poco toscamente. Parecía
uno de los más apartados curas de montaña. Los
empleados del Ayuntamiento, que en aquel momento
no le conocían más que de nombre, acabaron por
considerarlo como una persona de la que no había
que ocuparse, cual si fuera un hombre de pocas
luces; y así, siendo despreciado, no era temido.
Nos parece ver repetida la
estratagema de David en la corte de Aquis, rey de
Seth. 1
1 Akis, rey de Gat (I Samuel, 21, 11). (N. del
T.)
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