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de Italia, Italia ha despertado). Muchos
seminaristas, a pesar de la reiterada y precisa
prohibición del Arzobispo se reunieron en una
azotea de la calle del Po. La descomunal procesión
no había terminado aún de completar las sinuosas
vueltas propuestas, cuando llegaron los primeros
despachos de París anunciando la caída de Luis
Felipe, la guerra civil por sus calles y la
proclamación de la república en Francia. El
anuncio de la catástrofe causó tal susto al Rey
que no lo supo disimular con sus palabras ni con
la palidez de su rostro. Si aquello hubiese
sucedido un mes antes, ciertamente no habría
concedido la Constitución. El Arcipreste de la
Catedral, asistido por cuatro canónigos y el
clero, impartió la bendición con S. D. M. desde lo
alto de la monumental escalinata. Pero el regocijo
y el comportamiento de la multitud fue una
verdadera profanación del día festivo, y los
buenos sacaron de todo ello tristes presagios.
El marqués Roberto d'Azeglio vio aquella misma
noche centenares de Valdenses con sus pastores, en
derredor de su casa, cantando el himno de la
alegría, como también lo hicieron el mismo día los
judíos del gueto turinés, por él iniciados a
contribuir a la gloria y felicidad de la nueva
Italia. Bien merecidos se tenía aquellos aplausos.
Las sectas habían organizado, desde el principio
de año, el desfile para imponer al Rey la
Constitución y se encomendó la ejecución al
Marqués, quien, con su acreditada maestría, invitó
por cartas y circulares a los distintos municipios
para asistir. Y como el Rey había cedido antes,
aquella monstruosa manifestación había servido
para celebrar la promesa del Estatuto. Fue una
traición que, por fuerza de los acontecimientos,
se convirtió en triunfo. Quizá Carlos Alberto no
lo llegó a saber. Pero la abstención del Arzobispo
y de don Bosco es una prueba de su admirable
prudencia.
((**It3.293**)) En
efecto, también había ido el marqués Roberto
d'Azeglio a invitar a don Bosco con insistencia
para que, a la cabeza de sus muchachos,
participara con todas las demás instituciones de
Turín en la fiesta espectacular de la plaza de
Víctor Manuel. Había hablado con él varias veces,
en distintas casas señoriales de Turín, y estaba
seguro de que condescendería. Pero don Bosco
respondió:
-Señor Marqués, este Hogar y este Oratorio no
son un ente moral. Esto no es más que una pobre
familia que vive de la caridad de los ciudadanos;
se burlarían de nosotros si hiciésemos tales
exhibiciones.
-Cabalmente por eso, replicaba el noble
patricio; que sepa la caridad
ciudadana que esta Obra incipiente no se opone a
las modernas
(**Es3.231**))
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