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((**Es3.222**) sucesos que tan rápidamente se desarrollaban. Con frecuencia encargaba a don Bosco ((**It3.279**)) comisiones delicadas y difíciles, porque toda palabra, escrito o paso del Arzobispo eran espiados. Eran tiempos cada vez más tristes. Las comisiones encargadas de vigilar la prensa permitían la publicación de libros perversos, dejaban paso libre a las revistas y libros más impíos, impresos en Francia y Suiza, y no prohibían las novelas, comedias, tragedias, poesías impregnadas de odio contra la Iglesia, que de tiempo atrás se introducían clandestinamente en las casas, en las universidades y hasta en conventos y seminarios. Al mismo tiempo los jefes de las sectas empezaban a manejar el arma ultrapoderosa de los periódicos. Fueron los primeros en ver la luz Opinión, Risorgimento y Concordia. Todo esto afligía mucho a Monseñor; pero tuvo otro sufrimiento mayor, que yo llamaría casi doméstico. Reinaba en el Seminario una inquietud desacostumbrada y no se aguantaba la disciplina. Un día encontraron los seminaristas por la calle al Nuncio de su Santidad y no le tributaron las muestras de respeto que le eran debidas. La lectura de ciertos libros, el jaleo de tantas fiestas, los consejos clandestinos de los agitadores, habían encendido y exaltado también el juicio de los seminaristas. Acostumbrados a no ver más allá de la superficie de las cosas, se habían dejado seducir por el brillo del respeto a la religión que habían sabido dar los sectarios desde los inicios a todo aquel movimiento, y llamaban retrógados, jesuitas, pesimistas, hombres de pocas luces a los sacerdotes que se empeñaban en abrirles los ojos, pronosticando días muy tristes para la patria y para la Iglesia. Y he aquí que, habiéndose preparado una gran recepción a Carlos Alberto a su vuelta de Génova, la mayoría de los seminaristas decidió asistir. El Arzobispo lo prohibió terminantemente, declarando que no serían admitidos a recibir las órdenes sagradas los que contravinieran su mandato. ((**It3.280**)) Al mismo tiempo, dispuso que se dejaran abiertas las puertas del seminario. Cerca de ochenta seminaristas salieron, ya bastante tarde, y se unieron a las turbas. En la solemnidad de Navidad, oficiando monseñor Fransoni, tuvo la desagradable sorpresa de ver a sus seminaristas alineados en el presbiterio, luciendo al pecho la escarapela tricolor. En medio de estas angustias, tuvieron que darle algún consuelo las oraciones y comuniones de los muchachos de Valdocco, en la misa de Nochebuena y en la apertura del Oratorio de San Luis en Puerta Nueva. (**Es3.222**))
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