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sucesos que tan rápidamente se desarrollaban. Con
frecuencia encargaba a don Bosco ((**It3.279**))
comisiones delicadas y difíciles, porque toda
palabra, escrito o paso del Arzobispo eran
espiados.
Eran tiempos cada vez más tristes. Las
comisiones encargadas de vigilar la prensa
permitían la publicación de libros perversos,
dejaban paso libre a las revistas y libros más
impíos, impresos en Francia y Suiza, y no
prohibían las novelas, comedias, tragedias,
poesías impregnadas de odio contra la Iglesia, que
de tiempo atrás se introducían clandestinamente en
las casas, en las universidades y hasta en
conventos y seminarios. Al mismo tiempo los jefes
de las sectas empezaban a manejar el arma
ultrapoderosa de los periódicos. Fueron los
primeros en ver la luz Opinión, Risorgimento y
Concordia.
Todo esto afligía mucho a Monseñor; pero tuvo
otro sufrimiento mayor, que yo llamaría casi
doméstico. Reinaba en el Seminario una inquietud
desacostumbrada y no se aguantaba la disciplina.
Un día encontraron los seminaristas por la calle
al Nuncio de su Santidad y no le tributaron las
muestras de respeto que le eran debidas. La
lectura de ciertos libros, el jaleo de tantas
fiestas, los consejos clandestinos de los
agitadores, habían encendido y exaltado también el
juicio de los seminaristas.
Acostumbrados a no ver más allá de la superficie
de las cosas, se habían dejado seducir por el
brillo del respeto a la religión que habían sabido
dar los sectarios desde los inicios a todo aquel
movimiento, y llamaban retrógados, jesuitas,
pesimistas, hombres de pocas luces a los
sacerdotes que se empeñaban en abrirles los ojos,
pronosticando días muy tristes para la patria y
para la Iglesia.
Y he aquí que, habiéndose preparado una gran
recepción a Carlos
Alberto a su vuelta de Génova, la mayoría de los
seminaristas decidió asistir. El Arzobispo lo
prohibió terminantemente, declarando que no serían
admitidos a recibir las órdenes sagradas los que
contravinieran su mandato.
((**It3.280**)) Al
mismo tiempo, dispuso que se dejaran abiertas las
puertas del seminario. Cerca de ochenta
seminaristas salieron, ya bastante tarde, y se
unieron a las turbas. En la solemnidad de Navidad,
oficiando monseñor Fransoni, tuvo la desagradable
sorpresa de ver a sus seminaristas alineados en el
presbiterio, luciendo al pecho la escarapela
tricolor.
En medio de estas angustias, tuvieron que darle
algún consuelo las oraciones y comuniones de los
muchachos de Valdocco, en la misa de Nochebuena y
en la apertura del Oratorio de San Luis en Puerta
Nueva.
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