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Había religiosos que formaban conventículos
manifestando deseos de reforma interna en sus
conventos, mitigación de ciertas reglas un tanto
austeras, ablandamiento de la autoridad del
superior, régimen popular de mayor libertad...,
los cuales fueron despedidos o ellos mismos
pidieron salir de la congregación. Pero el clero
piadoso, trabajador y seriamente ocupado en el
sagrado ministerio, estaba con el Arzobispo.
En medio de tantos devaneos se destacaba
brillantemente la eximia prudencia de don Bosco,
firme en su propósito de no tomar nunca parte, ni
solo ni con sus muchachos en aquellas
manifestaciones callejeras. El veía con meridiana
claridad que, so color de libertad, se buscaba
soliviantar a los pueblos contra los derechos de
los príncipes legítimos y de un modo especial
contra los del Romano Pontífice, pero se guardaba
de oponerse con hechos o palabras hostiles. Su
programa, decía, era hacer el bien y
solamente el bien, a toda costa.
Pero le costó molestias mantener su propósito.
Personas de relieve e influyentes, sabedoras de
que podía disponer de centenares de muchachos,
muchos de ellos mozos, le invitaron a engrosar con
ellos las turbas de manifestaciones y desfiles;
pero él, sin atender a ofertas, insistencias y
reproches, se negó siempre.
Un día se encontró con Brofferio, que le dijo:
-Para mañana ya tiene fijado el sitio para
usted y sus muchachos en la plaza del Castillo.
Don Bosco le respondió:
->>Y si yo no fuera? ((**It3.277**)) Ya
habrá otros que ocuparán mi puesto. Yo tengo
asuntos urgentísimos, que no permiten dilación.
->>Pero usted cree que es malo demostrar
públicamente el amor a la Patria?, observó
Brofferio con un tono ligeramente sarcástico.
-Yo no creo nada; pero sí le digo que soy un
simple sacerdote, sin autoridad reconocida por los
poderes del Estado y cuyo oficio se limita a
predicar, confesar y enseñar el catecismo. Yo no
puedo exigir obediencia a los muchachos fuera de
mi capilla y, por tanto, no debo tomar ninguna
responsabilidad en circunstancias tan serias.
Don Bosco preparaba entre tanto manifestaciones
y desfiles muy distintos. El dos de septiembre
había comprado por veintisiete liras una estatua
de la Virgen de la Consolación con sus andas y
determinó que, aquel año y en el sucesivo, se
llevara procesionalmente por los alrededores del
Oratorio, con ocasión de las fiestas principales
de la Santísima Virgen. Estableció, además, que el
primer domingo de cada mes, se hiciera una
procesión dentro del recinto del Oratorio en honor
de San Luis y el último domingo el Ejercicio de la
Buena
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