((**Es3.22**)
durante los tres primeros lustros prevaleció entre
ellos la costumbre de llamarse hijos, y ((**It3.12**)) de
repetir y escribir, refiriéndose a sus compañeros:
el hijo fulano de tal, el hijo mengano de tal.
Eran, en efecto, los hijos del Oratorio, los hijos
de don Bosco, mas sólo para convertirse en hijos
de Dios.
Y eso pretendía El Joven Cristiano, ya que las
normas que le prescribía para ser virtuosos y huir
de las ocasiones de pecado no se quedaban en letra
muerta. Don Bosco, que se las iba recordando a
diario de mil diversos modos, en toda ocasión, se
preocupaba de que se convirtieran en realidad. No
es este el lugar para exponer detalladamente los
tesoros celestiales de un libro puesto al alcance
de todos, pero nos parece que no debemos omitir
algunas de las intenciones de don Bosco al
escribirlo y algunos puntos históricos que a él se
refieren.
En primer lugar, prescribe, para las oraciones
de la mañana y de la tarde, que se rece el credo,
los actos de fe, esperanza y caridad, los
mandamientos de Dios y de la Iglesia, para que, a
fuerza de repetirlos cada día, se grabaran en la
mente de los muchachos las verdades que debían
creer y los preceptos que debían cumplir.
Expone a continuación la manera de asistir con
fruto a la santa misa; durante ella hace orar tres
veces por toda la Iglesia y por el Sumo Pontífice,
invocando la paz, la concordia y la bendición para
todas las autoridades espirituales y temporales.
Así afirmaban los muchachos su gran suerte de
pertenecer a la Iglesia Católica. Esas y otras
oraciones, todas muy breves y jugosas, las hacía
leer a voz alterna, durante el santo sacrificio de
los domingos. También los alumnos de los Hermanos
de las Escuelas Cristianas las recitaban con gusto
desde que sus superiores adoptaron El Joven
Cristiano para las Congregaciones dominicales. Su
antiguo manual de piedad tenía unas oraciones, un
tanto largas, que les cansaban.
Añade, además, las partes que se cantan durante
las misas solemnes y las de difuntos para
acostumbrar ((**It3.13**)) a sus
cantores a sus notas sencillas y a todos los demás
muchachos para que aprendiesen aquellos cantos
fácilmente a fuerza de oírlos. No omite la
descripción del modo de ayudar a misa, ejercicio
en el que ponía después mucho cuidado para que
fueran numerosos los muchachos destinados a tan
santo servicio.
Además de esto, después de una clara y precisa
instrucción sobre el modo de confesarse bien,
objeto constante de sus predicaciones y
exhortaciones, sugería motivos a propósito para
excitar(**Es3.22**))
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