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Patria. Carlos Alberto no podía salir de palacio,
sin el ruido ensordecedor de vítores y aplausos.
El dos de noviembre partía hacia Génova, donde le
esperaban clamorosas manifestaciones, y fue
acompañado hasta el Po por la multitud, bajo
lluvia de flores y flamear de banderas. Hubo
luminarias generales el 4 de noviembre, día
onomástico del Rey y se cantó un solemne Te Deum
((**It3.275**)) en la
iglesia del Milagro. Roberto d'Azeglio era el alma
de estas taimadas maniobras.
Cuando monseñor Fransoni vio que eran muchos
los eclesiásticos, aun en edad provecta,
contagiados por el ardor febril de la novedad, las
suscripciones, las fiestas civiles, y que
ponderaban hasta las nubes las Reformas, a Carlos
Alberto y a Pío IX, el once de noviembre comenzó
prohibiendo al clero, con un aviso publicado en
las sacristías, que tomara parte en las
manifestaciones políticas; decía en él, entre
otras cosas, que los ministros de la Iglesia deben
ser los primeros en demostrar su amor al Rey, pero
no con festejos mundanos, sino más bien con la
observancia de los deberes que a él les ligan.
Y el 13 de noviembre enviaba una circular a los
párrocos autorizándoles para cantar el Te Deum si
se lo pidieran, y ordenándoles recordar al pueblo:
que el modo de dar gracias a Dios y tenerlo
propicio a nuestras plegarias es el de liberar el
alma de la esclavitud del pecado; que no se puede
esperar nada bueno de quien promueve una función
sagrada y, a la vez, desprecia las leyes
eclesiásticas; y que siempre han existido algunos
que, para ocultar sus malas obras, se cubren con
el manto de la religión.
A esta franqueza del Prelado respondieron los
liberales con recriminaciones a las que hicieron
eco muchos eclesiásticos seculares y regulares,
con apreciaciones que revelaban su falta de un
conocimiento exacto de los hechos. Se decía que
monseñor Fransoni era partidiario de Austria y de
los jesuitas, enemigo de Italia, y contrario al
mismo Sumo Pontífice aclamado y bendecido por todo
el mundo. Se hacía correr la noticia, a viva voz y
por la prensa, que Pío IX sería el jefe y el
centro de la Liga Itálica; que se había aliado con
Carlos Alberto, de tan reconocida piedad, para
arrojar a los austríacos; y que ya ((**It3.276**)) le
había regalado uan espada por él bendecida y con
el lema cincelado de: <>
(Con esta espada vencerás); y otras patrañas por
el estilo.
Había también entre los que criticaban a
Monseñor algunos sacerdotes que, sintiendo el peso
de la disciplina eclesiástica, creían había
llegado el tiempo de sacudir el yugo de la
autoridad episcopal.
(**Es3.219**))
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