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-íCuando vea aquí la firma del Arzobispo,
pondré también la mía!
La solicitud alcanzó más de seiscientas firmas,
no todas de los turineses, y fue presentada al Rey
el 23 de diciembre.
A los valdenses y judíos aferrados a su
partido, se unieron los del partido liberal con
las más vivas instancias para inducir a Carlos
Alberto a llevar a cabo las deseadas innovaciones
políticas y civiles.
Mas como el Rey se mostrara irresoluto, los
periódicos extranjeros, inspirados por Máximo
d'Azeglio, comenzaron a hablar de que el Rey del
Piamonte había perdido su influencia y la opinión
pública de Italia se volvía contra él. Carlos
Alberto, irritado y asustado por aquellos
reproches y sátiras, se rindió y del 29 de octubre
al 27 de noviembre publicó las primeras Reformas
contenidas en una serie de edictos. Comprendían:
un magistrado supremo de casación; discusión
verbal en los procesos criminales; abolición del
foro y jurisdicción especial para ciertos entes
civiles; transmisión de las atribuciones de
policía del ejército al poder civil;
reorganización del Consejo de Estado; libertad a
los ayuntamientos para elegir todos sus
consejeros; ((**It3.274**))
libertad de imprenta con previa censura. Pero, en
este último edicto aun cuando se prohibía la
publicación de obras ofensivas para la Religión y
sus ministros o la moralidad pública, no se tuvo
en cuenta la revisión eclesiástica; y de hecho
quedaron sometidas a la censura civil hasta las
pastorales de los Obispos, el catecismo y todo
libro religioso y de iglesia, y hasta la misma
Biblia.
Los Obispos reclamaron la observancia de las
leyes sancionadas por el Concilio Lateranense y el
de Trento, no para su propia ventaja, sino para
bien de los pueblos, defensa de la fe, seguridad
del trono y honor del Rey. Pero no alcanzaron nada
y monseñor Andrés Charvaz, ofendido, renunció a su
diócesis de Pinerolo.
En tanto Turín, a partir del 29 de octubre, fue
víctima de una locura de fiestas; las
manifestaciones de entusiasmo y alegría por las
reformas duraron varios meses. Se empezó por una
espléndida iluminación espontánea previamente
preparada. Turbas sin cuento de gentes del pueblo
vestidas de fiesta, con escarapelas tricolores al
pecho, recorrían calles y plazas entre un bosque
de banderas vitoreando a Italia, a Carlos Alberto,
a Pío IX y a Gioberti. Casi todos los días se
daban serenatas cantando himnos
patrióticos. Los jefes de las sectas esparcían y
fomentaban aquel movimiento entre las clases
obreras; se celebraban a cada instante asambleas
públicas y banquetes; las sociedades comerciales
enviaban mensajes al Rey para ofrecerle vidas y
fortuna en cuanto quisiera desenvainar su espalda
en defensa de la
(**Es3.218**))
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