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((**Es3.210**) a casa de sus parientes, los cuales, al cabo de unos días, acabaron por meterlo en el Hospital de San Juan, alquilando una habitación particular. Tuvo entonces la fortuna de encontrarse con don Bosco, el cual no le habló para nada de religión en las primeras visitas que le hizo; sólo entró en el tema cuando estuvo seguro de su aprecio. Conoció entonces Abraham su error acerca del cristianismo, que había confundido con una secta protestante y quedó admirado de la hermosura del catolicismo. Pero los judíos se dieron cuenta de las largas visitas de don Bosco y se pusieron en guardia para impedir la conversión. A partir de aquel momento se hizo díficil hablar con Abraham sobre religión, y don Bosco apenas si podía acercarse a él. Habían puesto a su lado dos sirvientas para atenderlo continuamente, una de día y otra de noche. Abraham estaba angustiado porque deseaba instruirse más, cuando se dio cuenta de que una de las sirvientas hablaba sólo en francés y la otra en francés y alemán. Y como él sabía perfectamente el inglés, comunicó su descubrimiento a sor Serafina, que también hablaba el inglés, y se pusieron de acuerdo para continuar su instrucción en aquella lengua, persuadidos de que no serían entendidos. Don Bosco dirigía aquellas lecciones de catecismo dando a leer a la hermana las <> (Discusiones directas con los hebreos) de Pablo de Médici y <> del teólogo Vicente Rossi, de Mondoví, dos obras que ((**It3.263**)) presentan argumentos para convencer a los judíos de que el Mesías, esto es Jesucristo, ya ha venido. Las dos sirvientas presenciaban las conversaciones y, aunque no entendían una palabra, sospecharon y se lo comunicaron a sus dueños, los cuales tenían orden de su padre de impedir absolutamente la conversión de Abraham al catolicismo. Quisieron, pues, trasladarlo a Chieri; pero no pudo vencerse la repugnancia de la familia judía de Chieri contra aquella enfermedad, ni con la esperanza de una buena ganancia, y optaron por dejarlo en el hospital de San Juan. Entretanto la enfermedad progresaba; los judíos estaban alerta y el padre, puesto sobre aviso, ordenó que su hijo fuese llevado a Amsterdam vivo o muerto. Los médicos se opusieron resueltamente a lo que ellos llamaban un homicidio, afirmando que no había ninguna esperanza de curación y que, dada la debilidad del enfermo, moriría antes de tiempo a causa del viaje. Los judíos de Turín, al ver que no había esperanza de curación y vencidos por su temor supersticioso a acercarse a los moribundos, lo abandonaron, sin cuidarse ya de librarlo de los cristianos. Aprovechando un momento oportuno, el (**Es3.210**))
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