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las camas, después, como un general de la armada,
ponía en fila a los alumnos y pasaba revista uno
por uno, mirando si se habían cambiado la camisa y
si se habían lavado las manos y el pescuezo.
Después hacía poner aparte todo lo que debía
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y lo distribuía entre las personas que se
encargaban de aquel trabajo. Revisaba también los
trajes para comprobar si necesitaban algún arreglo
y acudían después a varias instituciones piadosas
y casas de educación femenina que iban a porfía
para realizar este trabajo de beneficencia. Dicha
señora pasaba buena parte del día en la ropería
del Oratorio ayudando a mamá Margarita a tenerla
en orden; proveía o hacía proveer de cuanto era
menester para camas y personas; ayudaba también
cuanto podía con dinero, de modo que los muchachos
la consideraban, a la par de su hermana, como a
una singular bienhechora. Siguió haciendo esta
obra de caridad bastantes años, aún después de la
muerte de la madre de don Bosco.
Hemos señalado hasta aquí las atenciones de que
eran objeto los hijos del Oratorio cuando estaban
sanos; pero hemos de añadir que si alguno caía
enfermo, no faltaron desde un principio insignes
bienhechores para asistirlos, aliviar sus dolores
y procurar curarlos. A los muchachos externos, don
Bosco los recomendaba a los médicos de la
beneficencia; proporcionaba además socorro a los
más necesitados, cuando estaban con sus familias;
y recomendaba a las hermanas enfermeras y a los
médicos a los que iban al hospital, para que
tuvieran con ellos cuidados especiales. A unos y
otros iba luego a visitarlos con cariño de padre.
Desde un principio quiso que para los asilados en
Valdocco hubiera un médico de cabecera y fue el
primero el doctor de Vella, natural de Cavagliá.
Don Bosco le tenía gran afecto, igual que a un
hermano suyo que iba a enseñar catecismo en el
Oratorio juntamente con otros seminaristas
enviados por la Curia de monseñor Fransoni. El
doctor, atendió afectuosamente esta obra de
caridad hasta 1856 en que cesó, al ser nombrado
profesor de medicina en la Universidad de Bolonia.
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Sucedieron al doctor Vella otros médicos
eminentes, animados de su mismo espíritu, de
quienes haremos cariñoso recuerdo a lo largo de
nuestra
narración; pero, además de éstos, que podríamos
llamar médicos oficiales, hubo centenares de
facultativos que, a lo largo de más de cuarenta
años, acudían gratuitamente de día y de noche, a
la menor invitación de don Bosco o de sus
representantes, para visitar y atender a cualquier
alumno gravemente enfermo. Eran hombres de fama
reconocida por su saber, experiencia y habilidad
en las más difíciles operaciones quirúrgicas,
ocupadísimos de la mañana a la noche, y
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