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de hielo, para dar clase a los grupos faltos de
maestro, dedicándoles el mayor tiempo posible>>.
Debemos contar entre ellos al conde Cays de
Giletta, al marqués Fassati y después al conde
Callori di Vignale y al conde Scarampi di Pruney,
el cual el 1900, a la edad de ochenta años,
hablando con el profesor don Celestino Durando,
lloraba de consuelo y de ternura recordando a don
Bosco y aquellos primeros años.
Junto a los cooperadores fueron apareciendo en
el Oratorio las cooperadoras, de las cuales
también habló en la referida conferencia: <((**It3.255**)) en su
taller. Fue la ocasión que hizo ver la bondad y la
utilidad que prestaban las bondadosas
cooperadoras. Quisiera yo ahora, para gloria de
aquellas señoras turinesas, hacer saber por
doquiera cómo, aun perteneciendo a familias
conspicuas y delicadas, no tenían repugnancia en
tomar
aquellas chaquetas y aquellos pantalones
asquerosos y remendarlos con sus propias manos;
tomar aquellas camisas hechas jirones, que quizá
nunca habían visto el agua, tomarlas ellas mismas,
digo, lavarlas, remendarlas y entregarselas de
nuevo a aquellos pobres muchachos que, ganados por
el perfume de la caridad cristiana, perseveraban
en el Oratorio y en la práctica de la virtud.
Varias de estas beneméritas señoras mandaban ropa
blanca, trajes nuevos, dinero, comestibles y todo
cuanto podían. Algunas
están presentes aquí oyéndome, muchas otras ya
fueron llamadas por el Señor a recibir el premio
de sus trabajos y obras de caridad>>.
Estas santas mujeres se habían agrupado
alrededor de mamá Margarita. Fue la primera,
juntamente con su hermana, la señora Margarita
Gastaldi, madre del canónigo Lorenzo Gastaldi y
con ella la marquesa Fassati, después una ilustre
dama de la Corte y otras más, que no se desdeñaban
de asociarse a la humilde campesina de I Becchi
para remendar harapos en su pobre cuartito.
Y cuando don Bosco empezó a recoger huérfanos,
ellas, con una solicitud maternal se cuidaron de
ellos como de sus propios hijos. Todos los sábados
llevaban a los alumnos camisas y pañuelos. Todos
los meses les cambiaban las sábanas por otras
limpísimas y, a veces, apedazadas con esmero. La
señora Gastaldi era la que se cuidaba del lavado
de la ropa interior. Los domingos pasaba revista
de
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