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convenida. Su amigo y discípulo en Chieri, el
sacerdote Palazzolo, se alojaba en su casa el 23
de octubre de 1847, y el 29 del mismo mes y año
entró también en Valdocco don Pedro Ponte, que fue
quizá el segundo que tuvo el cargo de Prefecto en
el Oratorio festivo; ambos vivieron con don Bosco
durante todo el 1848 en el que estuvieron
empleados en iglesias de la ciudad. Las dos
tortillas de hierbas, hechas para toda la semana,
no eran ya presentables para aquellos
pensionistas. Así que hubo de servirse
comida y cena poco más o menos al estilo de las
comunidades. Era lo suficiente para la nutrición,
pero ciertamente faltaba todo género de
exquisitez. Las reiteradas insistencias de los
demás no lograron que don Bosco cambiara de
sistema. Por eso sus comensales no duraban mucho
tiempo a su lado, ya que, por deliberada voluntad,
hacía una vida de continuo sacrificio y
mortificación. Repetía a menudo con San Pablo:
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Aquí viene bien el repetir cómo su pobreza y
mortificación inducían a sus bienhechores a
socorrerlo con largueza, al ver que no reservaba
nada para sí; cómo eso era para ellos una prueba
de que ningún fin humano le inducía a soportar
tantas incomodidades y fatigas, y cómo, con
aquella austeridad, inducía a las almas generosas
a imitar su celo y a colaborar con él hasta con su
prestación personal. Algunos señores nobles y
burgueses se unieron a los catequistas y a los
jóvenes maestros y los
ayudaban en la iglesia y fuera de ella en sus
oficios. Estos señores se prestaban especialmente
para buscar a los muchachos que no tenían trabajo
y procuraban arreglarlos convenientemente para
presentarse decentemente ((**It3.254**)) en los
talleres o tiendas donde lograban colocarlos y
adonde iban durante la semana a visitarlos. Don
Bosco, en una conferencia a los cooperadores en
1878, exclamaba: <(**Es3.203**))
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