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haber guiado él mismo a su noviciado de Stresa a
algunos de sus ((**It3.249**))
muchachos, que deseaban abrazar el estado
religioso. La hospitalidad que él ofrecía a
aquellos buenos padres, que no tenían casa en
Turín, hacía más íntimas sus relaciones. Cuando el
abate Rosmini pasaba por Turín, el marqués Gustavo
Benso de Cavour le quería de huésped en su casa;
pero cuando sus discípulos llegaban allí por algún
negocio o necesitados de reposo después de un
largo viaje iban siempre, durante muchos años, a
alojarse en el Oratorio. Don Bosco les dispensaba
todas las atenciones que le permitía su pobreza, y
ellos, generosos, acostumbrados a una vida
austera, quedaban siempre satisfechos.
Cuando podía, les asignaba una habitación; y
cuando su pequeña casa estaba ya ocupada por otros
forasteros, conducía al recién llegado a su propia
habitación, cedíale su propia cama y en un espacio
inverosímil, oculto por un armario, que servía
como de muralla, echaba un colchón y sobre él se
acostaba. Si el forastero era persona de cierto
respeto, íbase él a buscar un rincón en la cocina
o en la sacristía donde pasar la noche. Así
continuó hasta el año 1854.
Reconocidos a estas y otras atenciones, los
padres Gilardi y Fledelicio le habían invitado mil
veces a que fuera a Stresa; pero se lo impedía el
trabajo. Finalmente, en otoño de 1847, se decidió
a aquel viaje. Iba para entrevistarse con el abate
Rosmini y pedirle su parecer sobre diversos planes
que le preocupaban y de los que más tarde
hablaremos y, al mismo tiempo, para pasar unos
días con sus jóvenes alumnos, por él enviados a
aquel noviciado.
Al partir, dejó el Oratorio en manos del
teólogo Carpano y de los dos jóvenes Barretta y
Costa, que eran los factótum y principales
cantores; les recomendó con mucho ahínco la
asistencia de sus compañeros y montó en la calesa
del empresario Federico Bocca, que quiso acompañar
personalmente a don Bosco ((**It3.250**)) y guiar
su caballo. El señor Bocca es quien nos contó los
incidentes de este viaje.
Después de algunos días, y era domingo, a
cierto punto del camino, don Bosco, que se había
mantenido en silencio, concentrado en sus
pensamientos, exclamó de pronto: <<íAhora resulta
que Barretta y Costa, aprovechándose de mi
ausencia, no han ido al Oratorio, y que el teólogo
Carpano no está en su puesto y, en cambio, está
ahora haciendo esto y lo otro!>>.
Al oír estas palabras Bocca tomó nota para
comprobarlas a la vuelta.
Pararon en Chivasso, Santhiá, Biella, Varallo y
Orta. Llegaron a Miassino, cuya hostería estaba
llena de huéspedes. Don Bosco, con
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