((**Es3.20**)
cifra de seis millones de ejemplares, esparcidos
hasta el día de hoy entre el pueblo cristiano.
Puede decirse que EL JOVEN CRISTIANO entró en
todos los institutos de educación, en todas las
casas de trabajo, en todas las familias
cristianas, colaboró eficazmente a promover la
piedad y a conservar la fe en el pueblo.
En las primeras páginas de este libro imprimía
don Bosco, en el año 1847 la siguiente llamada:
A LA JUVENTUD
Dos son los ardides principales de que se vale
el demonio para alejar a los jóvenes de la virtud.
El primero consiste en persuadirlos de que el
servicio del Señor exige una vida melancólica y
exenta de toda diversión y placer. No es así,
queridos jóvenes. Voy a indicaros un plan de vida
cristiana que puede manteneros alegres y
contentos, haciéndoos conocer, al mismo tiempo,
cuáles son las verdaderas diversiones y los
verdaderos placeres, para que podáis exclamar con
el santo profeta David: ((**It3.10**))
"Sirvamos al Señor con alegría: Servite Domino in
laetitia". Tal es el objeto de este devocionario;
esto es: deciros cómo habéis de servir al Señor
sin perder la alegría.
El otro ardid de que se vale el demonio para
engañaros, es haceros concebir una falsa esperanza
de vida larga, persuadiéndoos de que tendréis
tiempo de convertiros en la vejez o en la hora de
la muerte. íSabedlo, hijos míos; así se han
perdido infinidad de jóvenes! >>Quién os asegura
larga vida? >>Podéis acaso hacer un pacto con la
muerte para que os espere hasta una edad avanzada?
Acordaros de que la vida y la muerte están en
manos de Dios, quien puede disponer de ellas como
le plazca.
Aun cuando quisiera el Señor concederos muchos
años de vida, escuchad, no obstante, la
advertencia que os dirige: "El hombre sigue en la
vejez, y hasta la muerte, el mismo camino que ha
emprendido en su adolescencia: Adolescens juxta
viam suam, etiam cum senuerit, non recedet ab ea".
Esto significa que, si empezamos temprano una vida
cristiana, la continuaremos hasta la vejez y
tendremos una muerte santa, que será el principio
de nuestra bienaventuranza eterna. Si, por el
contrario, nos conducimos
mal en nuestra juventud, es muy probable que
continuemos así hasta la muerte, momento terrible
que decidirá nuestra eterna condenación. Para
prevenir una desgracia tan irreparable, os(**Es3.20**))
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