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La cuestión de la sal entre Austria y Piamonte
bordeaba ya el período agudo de la guerra, cuando
llegó la noticia de que tropas austríacas, so
pretexto de defender el reino Lombardo-Véneto,
habían ocupado, violando con ello los derechos
pontificios, la ciudad de Ferrara. El hecho llenó
de indignación el corazón de los italianos y de
petulancia a las sectas. Junto a los Vivas
patrióticos, se empezaron a oír por todas partes
los gritos de: Afuera los bárbaros, abajo Austria.
Carlos Alberto, siempre
decidido a no separar jamás su causa de la del
Papa, se apresuró a hacer saber al Pontífice que
estaba pronto a su servicio con su ejército y su
escuadra, y en agosto leía el conde Castagnetto al
congreso agrario de Casale la carta que le dirigía
al Rey, con las siguientes frases: <>. Todos los periódicos repitieron estas
frases, las cuales produjeron una triste impresión
en cuantos preveían las consecuencias de la
guerra.
Don Bosco, entre tanto, se daba cuenta de que
él solo no podría soportar por mucho tiempo el
peso cada vez más gravoso del Oratorio y no
encontraba quien quisiera hacer vida común con él
y consagrarse del todo y para siempre a la
salvación ((**It3.247**)) de la
juventud. Hacía algunos años que acariciaba la
idea de agregarse a alguna institución ya
existente, que le permitiese dedicarse a su
iniciativa y le diese los medios para llevarla a
cabo. Deseaba vivamente rodearse de hermanos, a
quienes comunicar lo que sentía su ardiente
corazón. Por su parte, estaba dispuesto a ser
obedientísimo a cualquiera que, en tal Instituto,
se le designara para mandarle; más aún, hubiera
preferido llevar adelante su plan, paso a paso,
guiado por la obediencia a un superior.
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