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Los jóvenes, pues, gritaban: <>;
pero con sorpresa oyeron a don Bosco que quería
cambiar sus palabras:
-íNo digáis Viva Pío IX, decid Viva el Papa!
->>Y por qué, le preguntaban, quiere usted que
digamos Viva el Papa? >>Acaso Pío IX no es el
Papa?
-Tenéis razón, replicaba don Bosco: vosotros no
veis más allá del sentido natural de las palabras,
pero hay ciertas personas que pretenden separar al
Soberano de Roma del Pontífice, al hombre de su
divina dignidad. Se alaba a la persona, pero no
veo que se quiera prestar reverencia a la dignidad
de que está revestida. Por tanto, si queremos
estar a lo cierto, gritemos: íViva el Papa!
Y los muchachos repetían: íViva el Papa!
-Y ahora, continuaba don Bosco, si queréis
cantar un himno en alabanza al glorioso Pontífice,
entonemos el que hace poco ha compuesto el maestro
Verdi:
Saludemos la santa bandera
que el Vicario de Cristo nos dio.
Y todos prorrumpían en un coro clamoroso
cantando aquel himno que, según la interpretación
de don Bosco, era un homenaje al estandarte de la
santa Cruz.
Más de una vez acudían, en los domingos de la
época de mayor efervescencia, algunos señores, a
título de buenos cristianos, pero liberales.
Entusiasmados al ver tantos centenares de
intrépidos muchachos, les dirigieron unas palabras
de aliento y los invitaron a ((**It3.242**)) gritar
íViva Pío IX!; pero recibieron una sorpresa poco
agradable, al oír el estruendo de más de
quinientas voces que repetían: íViva el Papa!
No habían olvidado la lección de don Bosco. Y
para que la lección quedara cada vez más grabada
colocó por todos los rincones del pequeño Oratorio
carteles impresos invitando a los muchachos a
obedecer al Papa, a acatar sus órdenes y respetar
su autoridad. En uno se leía: <>. En otro:
<>. Y en otros:
<>. <>. <>.
Narraba don Bosco al Cardenal Bernabó en 1873:
<(**Es3.194**))
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