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apetecidas y enseguida se organizaron imponentes
manifestaciones populares para agradecérselo y
pedirle a voz en grito nuevas reformas. El 15 de
marzo concedía Pío IX la libertad de imprenta,
dentro de unos justos límites, lo que no impidió
que en agosto aparecieran, tan sólo en Roma,
cincuenta periódicos, detestables en su mayor
parte, corruptores del espíritu de los ciudadanos.
El 14 de junio ((**It3.240**))
nombraba un consejo de ministros, compuesto de
eclesiásticos, y los sectarios, esperando el
momento oportuno para pedir un ministerio de
seglares, lograron hacer oír, unidos a los gritos
de <>, los de <>,
<>, mezclados con himnos casi
republicanos. El 5 de julio, con pocas tropas a
sus órdenes, permitió se instituyera
la guardia cívica para guardar el orden público, y
de esta forma se armaron los revolucionarios. Poco
tiempo después, decretado y nombrado el Consejo
Municipal de Roma, inauguraba el Consejo de
Estado; pero entre los consejeros que
representaban a cada una de las ciudades del
Reino, habían sido elegidos bastantes
conspiradores de los más peligrosos. Y mientras
tanto se tributaba a Pío IX toda suerte de
alabanzas y honras.
Las noticias de Roma llegaban a Turín donde se
aprovechaba cualquier ocasión para los gritos
frenéticos y obstinados de <>.
Monseñor Fransoni entendió enseguida que, bajo
aquellas exageradas expresiones de entusiasmo, se
ocultaban los manejos de las sectas e, instado por
el Papa para impulsar a los fieles a ayudar a los
irlandeses en lucha contra el hambre, escribía en
una pastoral el 7 de junio de 1847: <>.
Don Bosco opinaba igual que el Arzobispo.
Naturalmente en el Oratorio se vitoreaba a voz en
grito al gran Pontífice; tanto más que don Bosco
siempre hablaba del Papa con la máxima estima;
((**It3.241**)) repetía
frecuentemente que era necesario estar unidos al
Papa porque él era el anillo que une los fieles
con Dios; y conminaba fatales castigos y caídas a
los que se atrevieran a combatir o censurar hasta
en lo más mínimo a la Santa Sede; y tanto amor
sabía infundir hacia ella en sus muchachos, que
todos se sentían dispuestos a serle siempre
obedientes y defenderla aun a costa de su propia
vida.
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