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El iba delante con su viva fe: en toda
circunstancia, en público y en privado, hacía la
señal de la Cruz tan completa y pausadamente que
edificaba a quien le contemplaba.
Además, para recordar a los muchachos los dones
que infunde el Espíritu Santo, celebraba con
singular piedad la novena de Pentecostés y animaba
a los suyos a hacer otro tanto. Durante muchos
años predicaba él mismo, y más adelante buscaba a
otros sacerdotes. Todas las tardes se daba la
bendición con el Santísimo.
De este su celo, de su fe por el Espíritu de
Amor, podemos deducir cuál sería su preparación
cuando recibió de monseñor Gianotti el augusto e
indeleble carácter del santo crisma.
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