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((**Es3.188**) Tuvo entonces lugar una escena conmovedora. Es necesario advertir que monseñor Fransoni era un hombre de modales tan finos y afables, que bastaba verle, oírle hablar un instante, para encariñarse enseguida con él y cobrarle filial confianza. Así que, cuando los muchachos vieron que se disponía a partir, lo rodearon de tal forma que le impedían el paso. Unos querían besarle la mano, otros tocar sus vestidos, unos gritaban gracias, otros viva, traían al recuerdo las solemnes aclamaciones con que el pueblo cristiano de los primeros siglos de la Iglesia saludaba a su Obispo: Deo gratias; Episcopo vita; te Patrem; te Episcopum; y él parecía el Salvador en medio de las turbas entusiasmadas. De haberles sido permitido, hubieran hecho con él lo que los antiguos con su rey o lo que hacían ellos con don Bosco: formar un trono con sus brazos y llevarlo a su casa en triunfo. Este entusiasmo hizo decir a monseñor Fransoni: <>. Cuando, por fin, pudo llegar a subir al carruaje ((**It3.234**)) el dignísimo Arzobispo, en medio de una salva de fragorosos vivas, saludos y agradecimientos de don Bosco, partió bendiciendo al Oratorio desde lo más profundo de su alma. En cuanto se marchó, se redactó una especie de acta, anotando quién había administrado el sacramento, nombre y apellido del padrino, fecha y lugar. Después se recogieron las cédulas de los confirmados, ordenadas por parroquias, y se llevaron a la Curia Diocesana para que las enviaran al párroco respectivo. Entonces marcharon los muchachos a sus casas a comer; pero, hacia las dos, ya estaban de vuelta. Hasta las cuatro hubo juegos en el patio; a continuación se cantaron las vísperas y hubo el panegírico de San Luis, modelo de la juventud, sobre todo en la virtud de la modestia y en su pronta entrega al servicio de Dios. Después se hizo la procesión con un nuevo y artístico estandarte. Se recuerda de ella, entre otras cosas, que un agraciado niño, revestido de monacillo, caminaba ante la estatua del Santo con un hermoso lirio en la mano. Su aspecto y devoto porte recordaban la persona de San Luis; los ojos de todos se dirigían hacia él, y se renovaba el simpático espectáculo de los tiempos del Santo, cuando la gente corría a la iglesia para verle rezar, porque les parecía un angel revestido de carne mortal. Al tonar a la iglesia, se cantó el Tantum ergo a varias voces y se dio la bendición con el Santísimo. La fiesta acabó por la noche, con el espectáculo de los fuegos artificiales y la elevación de globos aerostáticos. Ya eran cerca de las (**Es3.188**))
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