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Tuvo entonces lugar una escena conmovedora. Es
necesario advertir que monseñor Fransoni era un
hombre de modales tan finos y afables, que bastaba
verle, oírle hablar un instante, para encariñarse
enseguida con él y cobrarle filial confianza. Así
que, cuando los muchachos vieron que se disponía a
partir, lo rodearon de tal forma que le impedían
el paso. Unos querían besarle la mano, otros tocar
sus vestidos, unos gritaban gracias, otros viva,
traían al recuerdo las solemnes aclamaciones con
que el pueblo cristiano de los primeros siglos de
la Iglesia saludaba a su Obispo: Deo gratias;
Episcopo vita; te Patrem; te Episcopum; y él
parecía el Salvador en medio de las turbas
entusiasmadas. De haberles sido permitido,
hubieran hecho con él lo que los antiguos con su
rey o lo que hacían ellos con don Bosco: formar un
trono con sus brazos y llevarlo a su casa en
triunfo. Este entusiasmo hizo decir a monseñor
Fransoni: <>. Cuando, por fin, pudo llegar a subir
al carruaje ((**It3.234**)) el
dignísimo Arzobispo, en medio de una salva de
fragorosos vivas, saludos y agradecimientos de don
Bosco, partió bendiciendo al Oratorio desde lo más
profundo de su alma.
En cuanto se marchó, se redactó una especie de
acta, anotando quién había administrado el
sacramento, nombre y apellido del padrino, fecha y
lugar. Después se recogieron las cédulas de los
confirmados, ordenadas por parroquias, y se
llevaron a la Curia Diocesana para que las
enviaran al párroco respectivo. Entonces marcharon
los muchachos a sus casas a comer; pero, hacia las
dos, ya estaban de vuelta. Hasta las cuatro hubo
juegos en el patio; a continuación se cantaron las
vísperas y hubo el panegírico de San Luis, modelo
de la juventud, sobre todo en la virtud de la
modestia y en su pronta entrega al servicio de
Dios. Después se hizo la procesión con un nuevo y
artístico estandarte. Se recuerda de ella, entre
otras cosas, que un agraciado niño, revestido de
monacillo, caminaba ante la estatua del Santo con
un hermoso lirio en la mano. Su aspecto y devoto
porte recordaban la persona de San Luis; los ojos
de todos se dirigían hacia él, y se renovaba el
simpático espectáculo de los tiempos del Santo,
cuando la gente corría a la iglesia para verle
rezar, porque les parecía un angel revestido de
carne mortal. Al tonar a la iglesia, se cantó el
Tantum ergo a varias voces y se dio la bendición
con el Santísimo.
La fiesta acabó por la noche, con el
espectáculo de los fuegos artificiales y la
elevación de globos aerostáticos. Ya eran cerca de
las
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