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Estaba presente, entre otros a quienes hemos
conocido, don Francisco Oddenino.
Empezó manifestando su gran satisfacción al
contemplar aquel día los ubérrimos frutos del
Oratorio, comparable a la de los misioneros,
cuando en medio de la pobreza de sus capillas se
ven rodeados de las familias de los nuevos
cristianos, ricos con el oro de la caridad y del
fervor; tributó toda suerte de elogios a los
sacerdotes y seglares que cooperaban en aquella
obra, poniendo de relieve la importancia de esta
parte del ministerio, con palabras que salían de
su pecho inflamado de amor por la
Iglesia, por las almas y, sobre todo, por la
juventud; animó a todos a perseverar en aquella
obra de caridad, asegurándoles su particular
benevolencia.
Dirigiéndose después a los muchachos, les
exhortó a frecuentar el Oratorio con asiudidad y
buena voluntad, y les señaló los beneficios que
allí recibían: beneficios espirituales y
materiales, beneficios para la vida presente y la
futura. <<íAh!, exclamó con paternal afecto,
ícuántos desgraciados gimen hoy en el fondo de un
oscuro calabozo y son una carga para sí mismos,
vergüenza para su familia y deshonra de la
Religión y de la Patria! >>Y por qué? Porque en la
primavera de la vida no tuvieron un hombre amigo y
bondadoso, no tuvieron un ángel visible que, al
menos en los días festivos, les recogiese de las
calles y las plazas y les tuviese alejados de los
peligros de inmoralidad y de los malos compañeros,
les enseñase los deberes del cristiano y del
ciudadano, lo honroso del trabajo y lo oprobioso
del ocio. Venid, por consiguiente, aquí mientras
las circunstancias de la vida os lo permitan,
atesorad las enseñanzas que os dan, haced norma de
vuestra conducta para toda la vida, y os aseguro
que, en vuestra edad avanzada, bendeciréis el día
((**It3.233**)) en que
aprendisteis el camino en este refugio de ciencia
y de virtud. No puedo terminar mi charla sin
agradeceros la cordial acogida que me habéis
tributado. Sí, agradezco las afectuosas
expresiones que en nombre de todos me han dirigido
poetas y prosistas; agradezco a los cómicos la
graciosa comedia que han representado; felicito a
los músicos que tan bien han cantado; doy gracias
a los que han trabajado para levantar este
pabellón y estos arcos; doy las gracias, sobre
todo, a los que con tanto celo han cooperado hasta
ahora para vuestra cultura. Doy las gracias a
todos y por todo. Y, puesto que en vuestras
composiciones me habéis llamado Pastor y Padre, yo
os aseguro que lo seré para vosotros y que siempre
os tendré por corderos e hijos míos
queridísimos>>.
Era casi mediodía cuando el Arzobispo se
dispuso a volver al Arzobispado.
(**Es3.187**))
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