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titulada Un cabo de Napoleón, para representarla
el día de la fiesta. Don Bosco pensaba en todas
estas cosas tan dispares y atendía personalmente a
las más importantes; daba órdenes y velaba para
que se cumpiesen. Aquellos días todo era
movimiento; las palabras, los pensamientos y las
acciones de todos no tenían más que un fin: la
fiesta de San Luis y el modo de celebrarla.
((**It3.228**)) Y por
fin llegó la tan deseada fieta. Para que todos
pudieran tomar parte en ella, se fijó para el 29
de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo, que
por ser fiesta de entre semana, los muchachos no
iban al trabajo ni tenían que presentarse a cobrar
el jornal, y estaban libres desde por la mañana.
Ya muy temprano, bastantes de ellos rodeaban a don
Bosco y a otros sacerdotes, para confesarse; a las
siete la concurrencia era más numerosa que nunca.
Parecía que todos los muchachos de Turín se
hubieran dado cita en el Oratorio; así que muchos
de los que debían confirmarse tuvieron que
quedarse fuera de la iglesia e ir a oír misa al
Santuario de la Consolación.
Poco después de las siete apareció la carroza
del Arzobispo. Le acompañaban varios eclesiásticos
de la ciudad y dos canónigos de la Catedral. Llegó
también el Nuncio Apostólico de su Santidad en
Turín, con algunas distinguidas personalidades.
Los sacerdotes que esperaban en el Oratorio,
revestidos de roquete, salieron procesionalmente a
su encuentro. Cuando llegó al antedicho pabellón,
don Bosco se adelantó y leyó un bello discurso en
el que manifestaba la alegría que experimentaba
juntamente con los sacerdotes, los señores
cooperadores y todos los muchachos al ver entre
ellos al amante y benemérito Pastor; manifestaba
su vivo deseo de hacerle un recibimiento digno de
su elevado carácter y de su bondad incomparable, y
le rogaba que no fijara en la mezquindad del
conjunto, sino en el cariño de todos, que era
grandísimo. Entre otras cosas dijo:
<((**It3.229**)) todo
ello no sería más que un símbolo de nuestro
corazón, lleno de estima, de reconocimiento y de
amor por Vos. Ahora bien, puesto que nuestra
pobreza no nos permite ofreceros símbolos, os
rogamos, excelentísimo Señor, que aceptéis la
realidad. Sí, aceptad nuestros obsequios, aceptad
nuestro afecto, aceptad las oraciones que en este
día elevamos al Señor para que os colme de gracias
y os conserve muchos años con nosotros para que
podamos
(**Es3.184**))
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