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-He oído decir que usted necesita sacerdotes
que la ayuden a dar el catecismo y a orientar por
el buen camino a estos muchachos. Si me cree capaz
de ayudarle en algo, me ofrezco
incondicionalmente.
->>Y quién es usted?
-El teólogo Albert.
->>Ha predicado alguna vez?
-Alguna vez, respondió humildemente. Pero, si
hace falta, me prepararé. Y, si no es para
predicar, también necesitará usted quien le ayude
a enseñar catecismo, a escribir, a copiar...
->>Ha dirigido alguna vez Ejercicios
Espirituales?
-Todavía no, pero si me da un poco de tiempo,
me prepararé y probaremos.
-Bueno, mire: tengo aquí varios muchachos: unos
que viven conmigo y otros que vendrían de fuera y
me parece que les iría muy bien hacer unos
Ejercicios Espirituales. Prepárese para tal época
y ya veremos.
Yo pude reunir unos veinte muchachos y fueron
los primeros Ejercicios Espirituales que se
hicieron en el Oratorio>>.
Formaban un grupo de heterogéneo de muchachos
buenos y malos. No fue admitido ninguno más a los
sermones. Algunos de los que asistieron, José
Buzzetti entre ellos, aseguraban después que los
sermones les habían producido extraordinaria
impresión. El Señor bendijo aquellos Ejercicios y
don Bosco quedó muy contento. Algunos ((**It3.223**)) jóvenes
con quienes venía trabajando desde hacía tiempo
inútilmente, se entregaron de veras a una vida
virtuosa a partir de aquella fecha.
Don Bosco quiso, aun a costa de cualquier
sacrificio, repetir cada año los Ejercicios,
merced a los cuales continuó con un progreso cada
vez mayor de verdaderas conversiones y frutos
singulares de santidad; durante toda aquella
semana siguió, durante varios años, dando de comer
a los externos, que llegaban a veces a cincuenta.
De estas ocasiones se servía especialmente para
conocer su carácter, para animar a una piedad más
fervorosa a los tibios, para infundir a los
fervorosos más entusiasmo y también para estudiar
la vocación de los ejercitantes y encarrilar hacia
la carrera eclesiástica a los que reconocía
llamados a tal estado.
Pero ejercitaba estos cuidados con tal
prudencia y espontaneidad, que, a la par que
dejaba a los muchachos en plena libertad de
acción, excitaba en ellos un gran amor a Dios y a
las cosas celestiales y un gran desasimiento a las
de este mundo. Su gran corazón experimentaba
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