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CAPITULO II
ESPIRITU DE PIEDAD Y "EL JOVEN
CRISTIANO"
MIENTRAS el enemigo del género humano, homicida
que fue desde el principio, se afanaba para
descristianizar el mundo, don Bosco proseguía
trabajando sin descanso para formar un ejército de
juventudes, amantes prácticos de la religión de
Jesucristo, y estudiando el modo y manera para
conducir a muchos a una vida perfecta. El apoyaba
su educación cristiana en la oración, que practicó
siempre con gran fervor, convirtiéndose en modelo
constante y ejemplar de las almas.
Sus apremiantes ocupaciones no le permitían
entregarse a ella muchas horas al día; pero puede
decirse que la que hacía era perfecta. Su
compostura recogida y devota transparentaba su fe.
No dejaba nunca de celebrar la santa misa, ni
siquiera cuando estaba enfermo. Rezaba
regularmente el breviario. Oraba varias veces al
día por sí mismo, por las almas que le habían sido
confiadas y particularmente por sus penitentes.
Los que entraban en su habitación le encontraban
muchas veces rezando con el rosario en la mano.
Cuando rezaba en alta voz, pronunciaba las
palabras con una especie de vibración amorosa, que
daba a entender cómo salían de un corazón
inflamado de amor y de una alma que poseía el gran
don de sabiduría. A veces ((**It3.8**)) cuando
estaba
muy cansado, suspendía sus trabajos y se hacía
leer un buen libro. Frecuentemente se lamentaba
de no poder dedicar más tiempo a la oración vocal
y mental; y suplía con muchas jaculatorias, cuyo
sonido no salía de sus labios. Así lo atestiguan
los primeros alumnos del Oratorio, don Miguel Rúa
y don Juan Turchi entre ellos.
Fruto de la riqueza de su espiritú de oración
es el devoto, fácil y breve devocionario, para uso
de la juventud, que don Bosco ideó. Eran
innumerables los libros de piedad que corrían por
las manos(**Es3.18**))
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